La sincronicidad es una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, es un evento que sucede fuera del tiempo y del espacio: sucede en otra dimensión.
Se puede explicar por la teoría de los campos morfogénicos, y la interconección, referida a fenómenos de la física cuántica, en los cuales se ha comprobado que no existe “separatividad” entre las cosas. Todo está conectado.
Se puede explicar por la teoría de los campos morfogénicos, y la interconección, referida a fenómenos de la física cuántica, en los cuales se ha comprobado que no existe “separatividad” entre las cosas. Todo está conectado.
El universo es un “continuo” sin fisuras ni separaciones.
La sincronicidad ocurre porque simplemente formamos parte de un campo unificado, la ciencia tiene problemas para formular esto matemáticamente, pero eso no impide que esta sea una verdad universal.
Justamente, uno de los elementos más dinámicos de este campo unificado es la sincronicidad que conecta a todos los seres y cosas implicadas más allá de la conciencia y de la tridimensionalidad en la que aparentemente nos movemos.
El término “sincronicidad” se debe a Carl G. Jung y al premio Nobel de física, Wolfgang Pauli.
A Pauli le atraía el asunto porque se sentía perseguido por singulares coincidencias, sucesos que sus colegas, malignamente, denominaban “efecto Pauli”. Pauli, físico más bien teórico que experimental, pasaba poco tiempo en laboratorios, pero cuando lo hacía, acontecían inexplicables roturas de aparatos o imprevistas averías de instrumentos. Estos sucesos ocurrían con mayor frecuencia de lo que la mera casualidad podía explicar. Ni siquiera tenía que suceder el incidente junto a él, bastaba con que estuviera presente a diez o veinte metros. Jung y Pauli concluyeron que existían dos clases de principios de conexión en la naturaleza. El primero era la causalidad ordinaria, lo que la ciencia normalmente estudia. Esta causalidad se estructura de forma lineal: si A causa B, entonces para que se dé B, debe ocurrir primero A.
A Pauli le atraía el asunto porque se sentía perseguido por singulares coincidencias, sucesos que sus colegas, malignamente, denominaban “efecto Pauli”. Pauli, físico más bien teórico que experimental, pasaba poco tiempo en laboratorios, pero cuando lo hacía, acontecían inexplicables roturas de aparatos o imprevistas averías de instrumentos. Estos sucesos ocurrían con mayor frecuencia de lo que la mera casualidad podía explicar. Ni siquiera tenía que suceder el incidente junto a él, bastaba con que estuviera presente a diez o veinte metros. Jung y Pauli concluyeron que existían dos clases de principios de conexión en la naturaleza. El primero era la causalidad ordinaria, lo que la ciencia normalmente estudia. Esta causalidad se estructura de forma lineal: si A causa B, entonces para que se dé B, debe ocurrir primero A.
El otro principio de conexión era el acausal (no causal).
Este principio fue denominado por Jung y Pauli “sincronicidad” porque asumieron que, contrariamente al principio de causalidad, los acontecimientos no causales se estructuraban en el espacio y podía relacionarse de forma atemporal.
O lo que es lo mismo: la sincronicidad admite que dos hechos se relacionen simultáneamente, de manera no lógica ni lineal, sin intervención del tiempo.
La sincronicidad, denominado por la mayoría de las personas como “casualidades” es el principio que rige esa serie de circunstancias y acontecimientos, cuando sin saber porque las cosas nos llegan cuando las necesitamos, nos encontramos con alguien que nos resuelve un problema cuando acabamos de pensar en el, o aparece la puerta abierta perfecta para el siguiente paso tras haber completado el anterior, eso es la sincronicidad.
Es la sucesion de acontecimientos sincronizados en pos de un objetivo marcado, conciente o inconciente, y las llamamos casualidades porque nos sorprende que todo este ocurriendo de forma tan perfecta y contínua, tal vez porque generalmente se desconoce las causas. Muchos, incluso algunos científicos, creen que es producto del azar, de eventos casuales.
La sucesion de acontecimientos que llegan a nosotros en el momento en que necesitamos que lleguen es infinita. Si estamos dándole vueltas a un tema que nos preocupa y de repente alguien nos deja un libro de forma totalmente espontánea que nos proporciona la información buscada, si resulta que estamos pensando secretamente en cambiar de trabajo y un compañero comenta que ha oído que en la empresa tal buscan alguien, etc. Todo aquello que marcamos como casualidad forma parte del mundo de la sincronicidad.
¿Como funciona?
La sincronicidad tiene una analogía con el funcionamiento de la ley de la atracción. “Cuando deseas algo, todo el universo conspira para que lo consigas“. Otra frase a propósito: “Cuidado con lo que deseas, ya que puede realizarse”.
Nuestro pensamiento conciente, el subconciente y el inconciente colectivo están interconectados.
El pensamiento conciente es el conjunto de nuestra actividad mental cotidiana.
La mente subconciente es nuestra mente automática de la que, obviamente, no somos concientes, pero es la que absorbe todos los datos que le llegan sin discriminar y ejecuta sus propios programas, algunos de estos, como vimos en otras entradas (ver), han sido instalados desde muy temprana edad por otros. El subconsciente es también el mediador entre la mente conciente y el inconciente colectivo.
Finalmente, el inconciente colectivo es la mente infinita que contiene toda la información en el pasado, presente y futuro de todas partes, de todas las personas, es el océano de potencialidad, el campo de infinitas posibilidades no manifestadas.
Como vemos, los pensamientos están conectados, los cerebros forman una verdadera “red” donde la información se intercambia todo el tiempo. Muchos de nuestros pensamientos, no son propios y a su vez nuestra actividad mental está enviando información al medio (y a los otros cerebros de la red) continuamente.
La mente subconciente de cada ser humano está continuamente explorando activamente en el inconciente buscando cualquier cosa con la cual resuene, es decir, cuya frecuencia vibratoria sea la misma que la del deseo expresado, en función también de los programas que tenga instalado.
Por eso, según lo que deseemos crearemos una realidad en consecuencia.
Pero esto que parece tan fácil, depende en gran medida de dos cosas: de la fuerza del "deseo" al expresarlo y del grado de “conectividad” y conocimiento que tengamos de la naturaleza de este funcionamiento y de uno mismo. Evidentemente, cuanto más concientes somos de nuestra conexión con todas las cosas y seres en el universo, mejor funciona. O sea: por fuerza entendemos, energía y por conocimiento, información.
El universo se autorregula, es inteligente, recibe información y responde. Está continuamente retroalimentando la realidad en función de la información que recibe.
Cuanto más sepas acerca de la sincronicidad, más “coincidencias” ocurrirán en tu vida y mas podrás beneficiarte de este poder.
Creas tu realidad pero tu realidad también te crea a ti, es decir, piensas en algo y esto ocurre, pero siempre es un poquito diferente de cómo lo imaginaste, ya que lo que alimentas dentro del universo te vuelve modificado, porque ha sido modificado por todos los demás alimentando también de información al universo.
De manera que esta retroalimentación crea una absoluta coordinación de la Creación, ocurriendo como resultado de la estructura del vacío, y cuanto más arriba consigas estructurar la naturaleza vibratoria del vacío, mejor te vuelves en crear tu propia realidad.
Es una cuestión de energía e información.
Estamos conectados con el “vacío” creador, somos emergentes de este “océano de potencialidad infinita. Se le llama “vacío” porque representa las infinitas posibilidades de lo no manifestado, pero en realidad es un “pleno”, no está para nada vacío.
Vivimos en un universo de abundancia, todo lo que necesitamos esta disponible. El secreto es saber lo que uno quiere y lo que necesita para realizar su vida, sus experiencias y esto no lo encontramos preguntando a los demás ni mirando con ojos de búho para todos lados.
La verdad está donde estuvo siempre: en el interior de cada uno.
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