jueves, 29 de marzo de 2012

Fotones que curan




La visualización es muy importante en el proceso curativo. 
Aprender a dirigir la mirada hacia el interior de si mismo es fundamental, esto permite observar los pensamientos y emociones y sentir su propio cuerpo: los órganos internos, la columna vertebral, etc., podemos acceder a planos sutiles y alcanzar así la raíz de la enfermedad o del sufrimiento.

La observación modifica la geometría del espacio-tiempo. Estos paquetes o “cuantos” de energía que impactan en el mundo físico se llaman fotones. Partículas de luz que modelan verdaderamente la materia

La mirada interior aporta información y energía adonde se dirija. Al mismo tiempo se desarrollan la concentración y la atención, cualidades superiores de la conciencia que aumentan la capacidad de foco  e incrementan la eficacia de los procesos curativos.

Nos referimos a la sanación cuántica, que es en realidad un cambio de configuración y sintonía del ADN, el cual debido a sus propiedades de antena, capta y emite vibraciones más allá del espacio-tiempo, pudiendo modificar drásticamente la realidad física.

El ADN además de su función genética, tiene propiedades de onda y puede comunicar con otras dimensiones.

El código genético representa tan sólo la parte de la información referida a la síntesis de proteínas, son programas heredados de nuestros padres a través de los genes.

Pero los cromosomas son también ordenadores holográficos, que trabajan bajo la influencia de radiaciones electromagnéticas (fotones) coherentes en el ADN. Es decir son capaces de recibir y emitir información en forma de ondas, al igual que una antena.


El ADN funciona como una antena cuyas características vienen determinadas por su tamaño. La molécula extendida tiene alrededor de 2 metros de longitud y una frecuencia natural de 150 megahertzios (MHz). Curiosamente esta frecuencia corresponde a la banda VHF (very high frecuency), este es un rango popular usado para muchos servicios, como la radio móvil, comunicaciones marinas y aeronáuticas, transmisión de radio en FM (88 a 108 MHz), algunos canales de televisión, también varias bandas de radioaficionados transmiten en este rango. Es decir, nosotros usamos a nivel tecnológico el mismo rango de frecuencia que utiliza el ADN para recibir y emitir señales. 


La oscilación vibratoria del ADN puede causar patrones de perturbación en el espacio, produciendo agujeros de gusano magnetizados, equivalentes microscópicos de las perturbaciones Einstein-Rosen formadas en las inmediaciones de los agujeros negros (dejados por las estrellas que estallaron).

Estas son conexiones en forma de túnel entre áreas completamente diferentes en el universo a través de las cuales la información puede ser transmitida más allá del espacio-tiempo. El ADN atrae estos bits de información y los pasa a nuestra conciencia. Este proceso de hiper comunicación o comunicación cósmica es de lo más efectivo en un estado de relajación o de meditación, como durante zazen.



El ADN no sólo puede resultar dañado por la radiación electromagnética de alta frecuencia (rayos X o rayos Gamma), también puede ser afectado en la dirección opuesta con la radiación adecuada, ya que la molécula de ADN es un verdadero microchip electrobiológico, un superconductor que toma la información electromagnética del medio ambiente, la almacena y con seguridad después de codificarla también puede emitirla.

Hay casos comprobados de sanación a distancia, incluso muchos de ellos documentados. Este fenómeno es conocido desde la prehistoria. 

Las conciencias están conectadas y surgen de la misma fuente, solo debemos aprender a despejar y pulir este vínculo, reconectarnos con la "conciencia universal", con la "red". 
Al ser conscientes de este vínculo podemos comenzar a percibirnos y a aceptarnos de otra forma. Ya no de la manera individual o "particular" a la que estamos habituados sino percibiendo la interdependencia de nuestra propia esencia, que se encuentra entrelazada con todo lo que existe. 
Se trata de aceptar también nuestra naturaleza ondulatoria que forma una unidad con el campo.

La fuente de la sabiduría

Somos creadores de realidades, es nuestra naturaleza, solo que lo hacemos generalmente sin darnos cuenta y muchas veces en una dirección errónea o inútil. Lo interesante es conectar conscientemente con un nivel superior de conciencia, con el "puro campo de potencialidad infinita". 
Durante la meditación, en el silencio y la inmovilidad del cuerpo, la conciencia (el observador), puede sumergirse en este océano inconsciente y acceder a información que se encuentra en las profundidades del ser y que habitualmente no es accesible. Esta es la fuente de la sabiduría.

Cuando el agua de la sabiduría se mezcla con el fuego de la compasión, en el taoísmo se dice que se realiza el elixir de la longevidad y la felicidad suprema. El yin y el yang en armonía perfecta. Riñón y corazón. El agua de la sabiduría controla al fuego de la compasión, evita que se queme o se derrita como la mantequilla. 
El fuego de la compasión, del amor incondicional, impulsa a la sabiduría, la expande, la relaja, le da sentido, aumentando la comprensión y la tolerancia.
En el budismo se simbolizan como la flor y la espada. La flor de la compasión que es amor y aceptación por uno mismo y todas las existencias, y la espada de la sabiduría que corta la duda y la ignorancia. Ambas son necesarias. 



La fe que no es ciega

Hay una gran cantidad de casos de curaciones espontáneas y remisiones de enfermedades graves, que escapan a la explicación de la ciencia médica.
El común denominador de todos es que la persona decidió profundamente curarse y ya no depender del tratamiento médico convencional.
Obviamente, el propio cuerpo “escucha” esta decisión y se hace participe.

Cuerpo y mente en unidad es la puerta de acceso a recursos ilimitados 

Es muy simple y muy misterioso. Es una cuestión de mentalidad, de confianza en si mismo y en su verdadera naturaleza.

Por eso en este nivel la fe no es ciega. Es el movimiento de la conciencia que se reconoce a si misma y ya no depende de la información del exterior para manifestarse.
Es el fruto de la mirada interior, que desprende fotones que iluminan en todas las direcciones del tiempo y del espacio.

Hay varias disciplinas y técnicas que son favorables para este propósito curativo. Tanto el chi kung, taichi chuanyoga e incluso artes marciales como el Aikido, fortalecen la energía vital y el cuerpo físico además de calmar la mente.

Esto es la base. Si la mente se agita, la energía se perturba, pierde orden y coherencia y por consiguiente el cuerpo físico se ve afectado.

Las emociones son el nivel más físico de las energías sutiles. Se somatizan muy fácilmente, a su vez, cada órgano interno genera un estado emocional particular. El cuerpo físico y el cuerpo emocional son muy cercanos. En el cerebro medio hay estructuras que gestionan directamente las emociones y el aprendizaje  (memoria), tradicionalmente se lo conoce como sistema límbico.

Sabemos ahora que las emociones y los pensamientos, tienen su expresión química en el cuerpo. Cada célula del organismo escucha y participa del “diálogo interno”.
El cerebro responde a cada pensamiento con una química determinada, ya sea de alegría, de placer, de miedo, de alarma o de dolor.

  
La química de zazen

Zazen también genera una química determinada. Esto está estudiado a nivel científico. La calma mental y la ecuanimidad emocional provocan un aumento de endorfinas y otros neuropéptidos (serotonina, dimetiltriptamina (DMT), etc.) involucrados en la sensación de bienestar y relajación. Además aumenta el umbral para el dolor y los estímulos conscientes por lo que disminuye la sensación dolorosa y su valoración mental. La sensación de bienestar se debe también a una disminución del ácido láctico en la sangre y tejidos, al mejorar la ventilación pulmonar y la oxigenación de los tejidos. 

Este movimiento de información cancela el vector en desequilibrio, desaparece la causa, y genera así un balance dinámico, que se convierte en una nueva causa que generará más tendencia al equilibrio.
Así se puede penetrar en la raíz del desequilibrio, comprenderlo y equilibrarlo.



La mirada del observador modifica el mundo cuántico. La observación es en si misma transformación.

El Maestro Dogen escribió en el siglo 13: “Estudiar el Camino de Buda es estudiarse a sí mismo. Estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo. Olvidarse de sí mismo es ser iluminado por todas las existencias. Ser iluminado por todas las existencias es estar libre del cuerpo-mente de uno mismo y de los otros. No queda rastro de iluminación, y esta iluminación sin rastro sigue para siempre”.

Zazen es la puerta directa a nuestra esencia divina. La conciencia universal colapsa o se materializa fácilmente en esta postura del cuerpo-mente. Zazen es la materialización de la conciencia de Buda. La postura de zazen en si misma es Buda.
Si bien zazen no es un método terapéutico, como método de salud es el mejor, el más elevado, el más espiritual, porque no solo cura, al mismo tiempo ilumina y expande a la conciencia. 

La verdadera sanación debe ayudar a la persona a recuperar la condición normal del cuerpo-espíritu. La buena medicina da la oportunidad de corregir aquí y ahora errores del pasado, fortaleciendo el sistema con energía e información.

Debido a esto la curación debe incluir la disciplina y la higiene del cuerpo-mente. Meditación, ejercicios, masajes, nutrición, educación…aprender a dirigir la mirada y la intención.

Los fotones son portadores de energía e información y responden al movimiento de la conciencia.

La conciencia que cura, es la misma que crea universos. Para encontrarla no hay que ir hacia el exterior sino hacia adentro, a nuestro ser, a la esencia; ahí estuvo y estará siempre, es la luz interior, la fuente de la verdadera felicidad.





viernes, 23 de marzo de 2012

La verdadera felicidad


 
 

¿Qué es la felicidad?
Menuda pregunta. ¿Cómo definir algo tan amplio, tan personal, tan insustancial?
Sin embargo, de una manera u otra, es lo que buscamos todos.
Podemos describirla por algunos de sus sinónimos: alegría, satisfacción, contento, bienestar, gusto, suerte, dicha…
O por sus opuestos: infelicidad, desdicha, desgracia, sufrimiento…

Según la OMS, la salud es “el completo estado de bienestar físico, psíquico y social de un individuo”. Al margen de que parezca una utopía, podemos describir a la felicidad con las mismas palabras.
La salud es para la felicidad como el cuerpo es para la mente. No existen por separado. Si estamos felices tenemos salud y viceversa.
Mens sana in corpore sano.

Lo insustancial necesita de una base física para manifestarse y lo físico del espíritu para animarse y ser consciente.

La sustancia de la felicidad es la salud.

Nada existe por si mismo.
La felicidad no es un estado absoluto, por lo menos no el tipo de felicidad que podemos conocer, ya que en nuestra realidad cotidiana los sucesos, los objetos y las personas se encuentran entrelazados, su existencia es relativa (existen en relación de interdependencia unos con otros).
Por eso el modelo de felicidad que tanto buscamos se nos escapa, porque ese tipo de felicidad es justamente relativo, está en relación con nuestros sufrimientos, dolores o insatisfacciones.

Entonces, ¿La felicidad es simplemente el espacio entre dos sufrimientos? ¿Somos felices cuando no sufrimos?
Si lo consideramos así, esto significaría que nuestra vida surge de un mar de infelicidad y de tanto en tanto manifiesta un poco de felicidad. Esta afirmación es errónea y negativa.
Podemos decir lo contrario: el sufrimiento es la ausencia de felicidad, o el espacio entre dos felicidades. Tampoco es correcto, aunque un poco más positivo.

Lo que si se puede afirmar es que la felicidad como la conocemos comúnmente no está separada del sufrimiento, no existe por si misma. Es que si no sufriéramos, ¿para que queremos ser felices?

Entonces que es mejor, ¿correr detrás de una felicidad abstracta, huyendo del dolor, o parar y resolver el propio sufrimiento y las propias ilusiones?

Y esto nos lleva a una pregunta más: “¿Qué es la verdadera felicidad?

Hay una respuesta para cada uno. 
Cada persona es diferente y expresa algo distinto, por eso no puede haber un estereotipo de felicidad ni tampoco de infelicidad. Incluso en una misma persona cambia con los años, con la época de la vida, las circunstancias, el biorritmo, la alimentación, los hábitos, etc.

La verdadera felicidad no depende de categorías ni conceptos, surge de la unidad del ser, de la organización y coherencia de sus sistemas.

La mayoría de los aspectos de la vida social conducen a un punto muerto, precisamente porque nos fragmentan, nos separan y aislan. Crean ilusiones y dependencias (adicciones) que nos alejan del ser biológico y de nuestras necesidades fundamentales.
El cerebro, y su actividad electroquímica, queda condicionado para percibir y reproducir siempre la misma realidad, luego solo son suficientes algunos estímulos para que se activen los mismos programas.

La verdadera felicidad no es el resultado de la actividad mental, No depende del placer ni del dolor, tampoco del sistema cerebral de recompensa (neurotransmisores, receptores, etc.). No esta ligada a lo que poseemos ni a la aceptación por parte de los otros. Es pura. Como la risa de un niño, no viene ni va a ninguna parte, no surge de un proceso mental de memoria y selección. Es así, franca, espontánea e inconsciente. Auténtica felicidad.

La verdadera felicidad incluye al sufrimiento, porque lo trasciende. Surge del conocimiento y de la aceptación de si mismo y de su verdadera naturaleza.

Para esto lo mejor es sentarse en zazen: inmóvil, equilibrado, la espalda derecha y la exhalación lenta y profunda. Cuando la mente se calma y el corazón armoniza su ritmo con la respiración, naturalmente una cascada de reacciones químicas modifican el medio interno y la percepción de la realidad.


Esto significa meditar: volver a casa. Girar los sensores y percibir la luz y el silencio interior.

Trascenderse a si mismo significa olvidarse de si mismo. Más allá de los límites de nuestro pensamiento consciente se encuentra el territorio del verdadero ser, el campo de infinitas posibilidades, la fuente de la salud y la verdadera felicidad.

domingo, 18 de marzo de 2012

Células que piensan





La célula es la unidad morfológica y funcional de todo ser vivo.

La biología clásica considera a las células como autómatas biológicos, es decir, material biológico genéticamente programado para una o varias funciones. Sin embargo cada célula tiene un grado fundamental de conciencia.

Una célula es una unidad de conciencia. Con un grado de inteligencia que le permite adaptarse a las variaciones del medio y cambiar su programación e incluso improvisar para sobrevivir.

El diccionario define a la inteligencia (del latín intellegentĭa), como la "capacidad para entender o comprender" y también como la "capacidad de resolver problemas".
La célula entra dentro de esta definición.
Podemos considerar a la inteligencia como una propiedad fractal del universo. Una característica que se repite en todos los niveles y reproduce la información y la forma del todo.

Una naturaleza inteligente genera ecosistemas inteligentes, que contienen poblaciones inteligentes, compuestas por organismos inteligentes, formados por células inteligentes, que contienen orgánulos inteligentes, constituidos por moléculas y partículas inteligentes ... y así sucesivamente hasta la esencia misma.



Con lo cual podemos concluir que somos conscientes porque el universo es consciente y el universo es consciente porque nosotros lo somos también.

Como individuos somos la suma de todas las conciencias celulares en una conciencia unificada y la suma de todas las conciencias individuales forman una conciencia mayor aún.
Nuestro organismo es parte de un organismo superior y este a su vez de otro. 
La conciencia se estructura en niveles de jerarquía al igual que los organismos en biología, pero esencialmente no hay fisuras ni separación: la conciencia es una, la misma conciencia que es el sustrato de todo.

Nuestro diálogo interno es escuchado por cada célula.
El cerebro no diferencia entre lo que imagina y lo que percibe, procesa la información de igual forma.
  
Para la biología clásica las funciones celulares tales como la división celular, el movimiento, la diferenciación, el diseño de la matriz extracelular, la comunicación entre células, etc., están determinadas por la información genética y por reacciones químicas específicas.
Convencionalmente se considera a los genes y al sustrato físico (material) los determinantes de la función celular. Como un mecanismo de relojería, que se ajusta a leyes físicas y biológicas inmutables.

¿Pero, y si hubiera una inteligencia previa, capaz de controlar y dirigir esta actividad e incluso la conformación de la materia?
Se ha demostrado claramente que las células son inteligentes y establecen comunicación entre ellas de variadas formas.

Actualmente gracias al aporte de nuevas investigaciones y a un cambio de mentalidad en una parte de la comunidad científica, se describe un nuevo panorama, en el que se considera a la conciencia como componente fundamental de la materia y directora de los cambios moleculares y genéticos.
Este nivel de conciencia no solo les permite a las células adaptarse y aprender, sino también comunicar e intercambiar información con el campo.

El campo y la célula forman una unidad de intercambio de energía e información que controla y modula la forma y la actividad.


Un diálogo de conciencias


Debemos comenzar aceptando el hecho de que los médicos no curan, en el sentido estricto del término, a ningún paciente. 
Únicamente las células del cuerpo pueden curar al cuerpo. 
Sólo las células saben cómo cerrar las heridas, curar infecciones o regenerar tejidos, solo ellas comprenden qué hacer si cambian las condiciones del medio y conocen la forma de destruir patógenos y células mutantes. 
Podemos afirmar que son las células (gracias a su nivel de conciencia), las que curan y no los médicos.

Lo mejor que un médico puede hacer es ayudar: cerrando heridas, para evitar hemorragias e infecciones, reparando tejidos, moviendo los obstáculos del camino de las células, promoviendo la circulación de energía y sangre con acupuntura, dieta, ejercicios, masajes e incluso cirugía, suministrando materiales necesarios para las células (medicamentos y nutrientes) y sobretodo: abandonando los métodos invasivos y la lucha “armada” contra la enfermedad, o sea, respetando sus procesos.
Para esto hay que conocer su verdadera naturaleza y permitir que las células se expresen.
Muchas veces lo que se considera enfermedad es simplemente el resultado de una falta de comunicación y entendimiento de lo que sucede en el cuerpo-mente.

¿Podemos aprender a “comunicar” con las células?

Hay que dejar atrás la manera convencional de enfrentarnos a la enfermedad.
La lucha cuerpo a cuerpo contra los “patógenos”, tarde o temprano condena a las células. Generalmente un desequilibrio pasajero es diagnosticado como una enfermedad con nombre y apellido y hasta con un pronóstico. Este hecho ya determina que la enfermedad tome forma, sobretodo si además el paciente participa creyendo.
También está el caso de  alguien diagnosticado con cáncer u otra enfermedad grave que decide abandonar su tratamiento convencional y se termina curando. Aquí una vez más, la conciencia es determinante.


Linfocito (naranja) atacando a una célula mutante (cáncer)

Hay personas que reciben tratamiento psicológico e incluso son medicados, cuando en realidad sus "problemas" son afectivos o espirituales. Muchas veces los trastornos psicológicos y el sufrimiento son el resultados de ilusiones propias, de errores de percepción, de malas influencias o de elecciones y decisiones equivocadas tomadas en la vida. Entonces no hay nada que curar, solo hay que despertar y cambiar de dirección (y de hábitos). 

Una nueva comprensión del universo y de si mismo trae aparejado cambios en la manera de interpretar no solo la salud y la enfermedad, sino también nuestro rol como seres humanos viviendo en un entorno inteligente.
El cuerpo, al igual que el universo, tiene su manera de hacer las cosas, pero esto no significa que se corresponda con mecanismos fijos y determinados ni que la "enfermedad" sea en verdad lo que pensamos. El cuerpo tiene su propio lenguaje y en general lo desconocemos.
Nuestro cuerpo incluye varios niveles o cuerpos fundamentales: físico, energético, emocional y espiritual. 
En realidad son lo mismo, manifestado de diferentes maneras, distintas frecuencias vibratorias. 

La conciencia impacta en el mundo físico porque el mundo físico es conciencia.

Las células tienen su manera de adaptarse provocando cambios que en general son considerados como nocivos, sobretodo si provocan trastornos, imposibilidad o dolor.
Estos cambios son considerados como una enfermedad y los médicos, desconocedores de este lenguaje natural, atacan a los síntomas y luchan contra estos, sin considerarlos como un factor de equilibrio y un cartel indicador de lo que no está funcionando bien.
Así, sin darse cuenta, en la mayoría de los casos, esta supresión de signos y síntomas trae más desequilibrios y debilita al cuerpo, resultado: más enfermedad y más debilidad

La mente, no es diferente que una célula. Necesita nutrición y purificación, espacio y límites de contención y una realidad física para manifestarse, por eso está siempre creando y modelando el mundo físico.
La célula no es diferente que la mente. La inteligencia de la célula es una expresión de esta conciencia. El cuerpo físico influye directamente en los cuerpos sutiles: el estado de cada órgano, las posturas que adoptemos, los hábitos de vida y la respiración, le dan forma también a nuestras emociones y pensamientos. 

Salud y felicidad son dos caras de una misma moneda.

Se puede curar el cuerpo con la mente, y la mente con el cuerpo. Querer curar la mente con la mente genera más confusión y errores de percepción.
Pretender curar el cuerpo físico solo con medios físicos o químicos sin tener en cuenta la mente y las emociones, es otro error.
Por este motivo, en muchas ocasiones, la medicina clásica y la psicología se vuelven limitadas e ineficaces, ya que parten de una concepción falsa. La verdadera sanación es holística, incluye salud y felicidad. Cualquier terapia que no incluya e integre cuerpo y mente es errónea.



Todo está en perpetuo cambio y movimiento y nosotros, como parte de un universo vivo y consciente, participamos inevitablemente de estas transformaciones.
En los procesos curativos se debe tener paciencia y aceptar los mecanismos del cuerpo, después de todo son el resultado de millones de años de evolución.

Más importante que anular los síntomas y llevar las cosas a una “normalidad” arbitraria, predeterminada y alejada de lo real, es escuchar al cuerpo, sus mensajes y señales, acompañando inteligentemente los procesos. Incluso si a veces las reacciones son molestas.
Hay que saber aceptar y no sucumbir al sufrimiento, enderezar la espalda, abandonar miedos y preocupaciones y en especial tener confianza. 

Es una cuestión de mentalidad.
El cuerpo sabe. 
Nuestras células piensan.




viernes, 9 de marzo de 2012

Los misterios de la percepción




Como hemos visto anteriormente, la información en el microscópico mundo cuántico puede viajar hacia atrás en el tiempo, mientras que en el nivel macroscópico de la realidad cotidiana, la información solo puede seguir la vía clásica, es decir, del pasado al futuro.

Debido a una “particularidad” de la percepción, el mundo que experimentamos nos parece objetivo y concreto, separado de nosotros, y además tenemos la impresión de que el tiempo transcurre, lo que nos da una sensación de continuidad y la ilusión de que la vida “va pasando”.
Sin embargo la solidez de la materia es debida a la altísima frecuencia en la que vibran los átomos y a que sus partículas constituyentes, como el electrón, el protón o el neutrón, son fermiones.


¿Qué es un fermión?

En el modelo estándar de física de partículas los fermiones se consideran los constituyentes básicos de la materia, que interactúan entre ellos por medio de los bosones.
El fermión es uno de los dos tipos básicos de partículas que existen en la naturaleza (el otro tipo son los bosones, como el fotón).

Los fermiones son de dos tipos: los constituyentes del núcleo atómico como los protones y los neutrones ( que a su vez están compuestos de partículas más pequeñas: los quarks) y los electrones, que orbitan el núcleo.

El fotón es un tipo de bosón. Los bosones no tienen masa y por eso no pueden formar materia (la luz es inmaterial), son vehículo de energía e información.

La materia ordinaria está básicamente formada por fermiones y a ellos debe prácticamente toda su masa.

El principio de exclusión de Pauli obedecido por los fermiones es el responsable de la "impenetrabilidad" de la materia ordinaria, que hace que esta sea una substancia extensa. El principio de Pauli también es responsable de la estabilidad de los orbitales atómicos, lo que permite la complejidad de los procesos químicos.

Este principio establece que en un mismo sistema dos fermiones no pueden tener un mismo estado cuántico y también que dos electrones en la corteza de un átomo no pueden tener al mismo tiempo los mismos números cuánticos. 




Esta asimetría genera las características de la materia.

A diferencia de los fotones, que pueden estar en un mismo estado cuántico de partícula, como en el láser, que es un haz de luz coherente (no diverge como la luz blanca), ya que una multitud de ellos pueden estar en estado de superposición.

Los fotones pierden su individualidad pero no su información.
La memoria, que nos permite aprender y seleccionar, conecta los momentos y rellena los espacios, aunque generalmente se mezcla con la imaginación, con falsos recuerdos y otras informaciones. Nos brinda continuidad mental, pero inevitablemente nos hace vivir en el pasado y muchos de los recuerdos que nos parecen “vívidos” corresponden a fabricaciones mentales, un collage de información retocada y ensamblada, que probablemente no coincide con los hechos tal cual fueron.

Somos vehículo de experiencias y de información, sin esta aparente solidez y continuidad de nuestra realidad física nos sería imposible realizar una experiencia individual y consciente e interactuar con el entorno.

Pero la otra cara de la moneda, y esto hay que tenerlo en cuenta, es que la realidad que percibimos corresponde solamente a una descripción. Las cosas no son lo que parecen.

Todo se pasa dentro del cerebro

El cerebro se encarga de ordenar y gestionar la información y en consecuencia proyectar una realidad, como un holograma perfectamente diseñado que modela la geometría del espacio-tiempo. Una imagen en 3D densa y persistente, (o 4D si agregamos el tiempo).

Otra habilidad del cerebro es la de hacernos creer que lo que percibimos sucede afuera.
Pero el niño que vemos jugando o el sonido del pájaro que canta, suceden dentro del cerebro. Son construcciones producto de la actividad neuronal, afuera solo hay bits de información y campos de energía. Señales y patrones de interferencia que son decodificados e interpretados por nuestro procesador central.

interferencia de ondas

La mayor parte de la información que gestiona el cerebro se encuentra fuera del mismo, o sea, en el campo. La interacción entre ambos es continua, de hecho no hay separación.
Las variaciones en uno generan una reacción en el otro.
Verdaderamente somos modelados y controlados por el campo, del cual surgimos. Algunos llaman a este campo: el mar de potencialidad infinita.

Cuando nos damos cuenta de este hecho, el espacio deja de estar vacío y se vuelve consciente, vivo, una extensión de nuestro ser.

En esencia, nuestro mundo de personas, objetos y situaciones concretas, corresponde en verdad a una dinámica de flujos y condensaciones de energía e información que el cerebro traduce, interpreta y selecciona, según su programación, para luego proyectar una realidad (entre tantas).
Una realidad que se nos presenta bien concreta, duradera y a veces dolorosa, pero que tiene la misma solidez que un sueño.


Van Gogh - Starry night

Estos infinitos campos de energía vibran en diferentes frecuencias y crean los múltiples niveles de la realidad.


La película de la vida

Lo que percibimos nos parece “real” debido a la habilidad del cerebro de captar y seleccionar determinados campos de energía e información y proyectar una realidad “humana” concreta, con tanta eficacia que tendemos a creer que lo que percibimos tiene existencia propia (particular) y separada de nosotros. 
Sujeto y objeto por separado.

Así también nos percibimos: como organismos particulares, individuales y aislados.
Cuerpos físicos con ideas, sentimientos y una historia personal.
Vemos la particularidad, la materialidad, nuestro lado individual pero no el lado interconectado e interdependiente.

Estamos condicionados para ver la forma y el reflejo de las cosas y por eso nos identificamos con ello fácilmente.
Apreciamos las ramas y los frutos pero no consideramos las raíces y esto, es fuente de error y contradicciones, ya que nos da una visión parcial y tendenciosa de lo que percibimos.
Cuando solo nos quedamos con el reflejo de las cosas y no vemos más allá, la vida se vuelve superficial y condicionada por valores arbitrarios (educación, modas, hábitos y adicciones, mentalidad, etc.), muchas veces alejados de nuestro ser biológico.

En los niveles fundamentales solo existe la realidad del perpetuo cambio y la interconexión. No hay separación. Las  cosas no existen por si mismas ni tienen sustancia propia. No son ni buenas ni malas, ni mejores ni peores. Todo depende de las circunstancias y de los efectos que generen.

Nuestro cuerpo cambia todo el tiempo: tejidos, células, moléculas y partículas son recicladas permanentemente con el medio. No hay nada que podamos identificar como propio. Somos parte del universo, una parte del todo. Una pequeña parte que es reflejo y expresión del todo, y que de hecho, contiene la información de la totalidad.

Es nuestro lado interconectado, entrelazado con todo lo demás.

Para vivir la vida en plenitud, con salud y felicidad, y acceder a un nivel superior de conciencia, es importante conocer y experimentar todos los aspectos de nuestra existencia. Lo que vemos y lo que no vemos. La particularidad y la interconexión.
Por ejemplo, si decimos que somos una bolsa parlante de piel llena de huesos y preocupaciones y que además huele y duele, es cierto.

Pero si decimos que somos seres luminosos, ensamblados con material cósmico imperecedero, conectados con todo y dotados de la misma energía que el sol y las estrellas y la conciencia misma del universo, también es cierto.

No se trata de esto o aquello. Simplemente somos todo al mismo tiempo.
Solo depende de cual de los aspectos prevalece en nuestra vida, si el ser aislado y sufrido, más bien opaco o el ser conectado, despreocupado y brillante.

Trascender los límites de la realidad cotidiana es fundamental.
Ir más allá de la mente personal y de los propios puntos de vista.
Además de generar confianza y un sentimiento acogedor, el hecho de trascender la individualidad y ser conscientes de la conexión con todo lo que percibimos, representa una fuente preciosa de energía e información, que cuando estamos “aislados” o desconectados no podemos acceder, y así la vida se vuelve limitada, estrecha y con menos posibilidades.

Cuando se dice: “conócete a ti mismo”, no es solo una frase intelectual. Hay que volverse íntimo consigo mismo. Conocer su verdadera naturaleza implica también trascender la percepción ordinaria, y esto incluye al silencio y la no acción. 
La práctica regular de la meditación es esencial. (zazen)



Naturalmente se apaga la actividad consciente, que mantiene a la conciencia en una determinada frecuencia y nivel, generando siempre la misma realidad, la misma “particularidad”.
Cuando trascendemos el pensamiento consciente, que es la base de nuestra individualidad, podemos sintonizarnos con nuestro espíritu universal, eterno, ilimitado, conectado con todas las existencias.