¿Qué es
la felicidad?
Menuda
pregunta. ¿Cómo definir algo tan amplio, tan personal, tan insustancial?
Sin
embargo, de una manera u otra, es lo que buscamos todos.
Podemos
describirla por algunos de sus sinónimos: alegría, satisfacción, contento, bienestar,
gusto, suerte, dicha…
O por
sus opuestos: infelicidad, desdicha, desgracia, sufrimiento…
Según la OMS , la salud es “el completo
estado de bienestar físico, psíquico y social de un individuo”. Al margen de
que parezca una utopía, podemos describir a la felicidad con las mismas
palabras.
La
salud es para la felicidad como el cuerpo es para la mente. No existen por
separado. Si estamos felices tenemos salud y viceversa.
Mens sana in corpore sano.
Lo insustancial necesita de una base física para
manifestarse y lo físico del espíritu para animarse y ser consciente.
La sustancia de la felicidad es la salud.
Nada existe por si mismo.
La felicidad no es un estado absoluto, por lo menos no el
tipo de felicidad que podemos conocer, ya que en nuestra realidad cotidiana los
sucesos, los objetos y las personas se encuentran entrelazados, su existencia
es relativa (existen en relación de interdependencia unos con otros).
Por eso el modelo de felicidad que tanto buscamos se nos
escapa, porque ese tipo de felicidad es justamente relativo, está en relación
con nuestros sufrimientos, dolores o insatisfacciones.
Entonces, ¿La felicidad es simplemente el espacio entre dos
sufrimientos? ¿Somos felices cuando no sufrimos?
Si lo consideramos así, esto significaría que nuestra vida
surge de un mar de infelicidad y de tanto en tanto manifiesta un poco de felicidad.
Esta afirmación es errónea y negativa.
Podemos decir lo contrario: el sufrimiento es la ausencia de
felicidad, o el espacio entre dos felicidades. Tampoco es correcto, aunque un
poco más positivo.
Lo que si se puede afirmar es que la felicidad como la
conocemos comúnmente no está separada del sufrimiento, no existe por si misma.
Es que si no sufriéramos, ¿para que queremos ser felices?
Entonces que es mejor, ¿correr detrás de una felicidad
abstracta, huyendo del dolor, o parar y resolver el propio sufrimiento y las
propias ilusiones?
Y esto nos lleva a una pregunta más: “¿Qué es la verdadera
felicidad?
Hay una respuesta para cada uno.
Cada persona es diferente y
expresa algo distinto, por eso no puede haber un estereotipo de felicidad ni
tampoco de infelicidad. Incluso en una misma persona cambia con los años, con
la época de la vida, las circunstancias, el biorritmo, la alimentación, los hábitos,
etc.
La verdadera felicidad no depende de categorías ni
conceptos, surge de la unidad del ser, de la organización y coherencia de sus
sistemas.
La mayoría de los aspectos de la vida social conducen a un
punto muerto, precisamente porque nos fragmentan, nos separan y aislan. Crean
ilusiones y dependencias (adicciones) que nos alejan del ser biológico y de
nuestras necesidades fundamentales.
El cerebro, y su actividad electroquímica, queda
condicionado para percibir y reproducir siempre la misma realidad, luego solo son
suficientes algunos estímulos para que se activen los mismos programas.
La verdadera felicidad no es el resultado de la actividad
mental, No depende del placer ni del dolor, tampoco del sistema cerebral de recompensa (neurotransmisores, receptores, etc.). No esta ligada a lo que poseemos ni a la aceptación por parte de
los otros. Es pura. Como la risa de un niño, no viene ni va a ninguna parte, no
surge de un proceso mental de memoria y selección. Es así, franca, espontánea e
inconsciente. Auténtica felicidad.
La verdadera felicidad incluye al sufrimiento, porque lo
trasciende. Surge del conocimiento y de la aceptación de si mismo y de su
verdadera naturaleza.
Para esto lo mejor es sentarse en zazen: inmóvil,
equilibrado, la espalda derecha y la exhalación lenta y profunda. Cuando la
mente se calma y el corazón armoniza su ritmo con la respiración, naturalmente
una cascada de reacciones químicas modifican el medio interno y la percepción
de la realidad.
Esto significa meditar: volver a casa. Girar los sensores y
percibir la luz y el silencio interior.
Trascenderse a si mismo significa olvidarse de si mismo. Más
allá de los límites de nuestro pensamiento consciente se encuentra el
territorio del verdadero ser, el campo de infinitas posibilidades, la fuente de
la salud y la verdadera felicidad.
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