martes, 25 de mayo de 2010

La fisiología del miedo


En el cerebro se encuentra el mecanismo que genera el miedo, tanto en personas como en animales, principalmente en el sistema límbico, que es el encargado de regular las emociones, la lucha, la huida y la evitación del dolor, y en general relacionado con la supervivencia del individuo y de la especie.

Este sistema revisa de manera constante (incluso durante el sueño) toda la información que se recibe a través de los órganos de los sentidos, y lo hace mediante la estructura llamada amígdala cerebral, que controla las emociones básicas, como el miedo y el afecto, y se encarga de localizar la fuente del peligro.

Cuando en el cerebro la amígdala se activa, se desencadena la sensación de miedo y ansiedad, y su respuesta puede ser la huida, la pelea o la rendición.

Se ha encontrado que la sensación de miedo está mediada por la actuación de la hormona antidiurética(o "vasopresina") en la amígdala cerebral, esta hormona es segregada por el hipotálamo y almacenada en la glándula hipófisis posterior y que la del afecto lo está a la de la hormona oxitocina, también en la amigdala.

El consumo de alcohol ( etanol ) inhibe la producción de vasopresina; estudios con resonancia magnética de la amígdala cerebral están encontrando datos que indican que muchos de los llamados "psicópatas sociales" sufren una atrofia de las amigdalas cerebrales lo que les provocaría la perdida del miedo social y del afecto.

El miedo al daño físico provoca la misma reacción fisiológica que el temor a un dolor psíquico.

La extirpación de la amígdala parece eliminar el miedo en animales, pero tal cosa no sucede en humanos (que a lo sumo, cambian su personalidad y se vuelven más calmados). En el hombre el mecanismo del miedo y la agresividad es más complejo e interactúa con la corteza cerebral y otras partes del sistema límbico.

El miedo produce cambios fisiológicos inmediatos en el organismo, al activarse el sistema simpático (neurovegetativo), que como vimos en otro post, es el que se encarga de la lucha y de la huida: se incrementa el metabolismo celular, aumenta la presión arterial, aumenta la glucosa en sangre y la actividad cerebral, así como la coagulación sanguínea.

El sistema inmunológico se detiene (al igual que toda función no esencial), la sangre fluye a los músculos mayores (especialmente a las miembros inferiores, en preparación para la huida) y el corazón bombea sangre a gran velocidad para llevar oxígeno y hormonas a las células (especialmente adrenalina).

También se producen importantes modificaciones faciales: agrandamiento de los ojos y dilatación de las pupilas para facilitar la visión.

Como el sistema límbico fija su atención en el objeto amenazante, los lóbulos frontales (encargados de cambiar la atención conciente de una cosa a otra) se desactivan parcialmente.

Durante un ataque de pánico la atención conciente queda fijada en el peligro, y si los síntomas fisiológicos como el ritmo cardíaco o la presión sanguínea son interpretados por la persona como una confirmación de la realidad de la amenaza, provocando una retroalimentación del miedo, que impide medir el auténtico riesgo. Esto sucede, especialmente, en el caso de las fobias: la atención del fóbico es incapaz de prestar atención a otra cosa y magnifica el peligro ante la incomprensión de los demás.

Tememos a lo desconocido, es un mecanismo innato, nos viene incluso en nuestra herencia genética y cultural. De ahí el miedo a morir, ya que desconocemos la muerte.
Por otra parte, la mente es existencia. No existir provoca miedo. Este miedo esta ligado al pensamiento. A no tener, a no poder, a sufrir, a la soledad, al vacío, a la muerte…
Estos miedos fueron cambiando a lo largo de la historia.

El principal transmisor actual del miedo son los medios de comunicación, pero en todo caso se precisa de la credulidad de la sociedad para que estos miedos calen hondo.

Desde un principio los niños son condicionados mediante la educación (la familia, la escuela, el medio social) a tener miedo y a creer sin dudar en la información recibida, aunque esta sea tendenciosa.
El miedo es una característica inherente a la sociedad humana: está en la base de su sistema educativo (basado en el esquema del premio y del castigo).

La profesionalización de los provocadores del miedo es una característica de nuestra época.

El miedo es también un arma de dominación política y de control social. Se puede observar y reconocer el uso político del miedo como forma de control de la población, haciéndose hincapié en la creación de falsos escenarios de inseguridad cotidiana.

A lo largo de la historia ha habido todo tipo de movimientos sociales y culturales fundamentados en el miedo a algo. La mayoría de las religiones monoteístas, como el cristianismo, o el Islam, se basan en el miedo (y también en el pecado y la culpa).

Existe el miedo como mecanismo de adaptación, un reflejo que nos permite sobrevivir y evitar el peligro, está en la naturaleza misma del ser humano. El miedo como emoción representa la otra cara del afecto y del amor. El otro polo.

El amor es generación y nutrición. El miedo es límite y restricción.

La nutrición es fundamental, sin ella cualquier organismo perece. Pero los límites son necesarios para un desarrollo y crecimiento armónico y para evitar los desbordes.

En la naturaleza estas dos tendencias se complementan de manera dinámica.

El miedo instalado en la personalidad, en la manera de pensar y de actuar, en la percepción de si mismo y del entorno, tarde o temprano se convierte en una enfermedad.

El cuerpo y el espíritu se ven afectados profundamente. Por ejemplo: el miedo afecta la energía de los riñones, con lo cual se afecta la energía vital provocando un estado de insuficiencia y debilidad que produce a su vez más miedo, además de un montón de alteraciones físicas y psicológicas, incluso muchas personalidades coléricas y dominadoras tienen como origen el miedo.

El miedo limita e incapacita.

Produce una personalidad temerosa, insegura, dependiente. Es una fuga permanente de energía. El sistema está siempre en estado alerta.

Cuanto más insegura se siente la persona, más necesita adquirir (para llenar el vacío): objetos, afecto, verdades, aceptación de los demás, dinero...

En la actualidad el consumo está exacerbado.

Muchas personas gastan su tiempo y su energía corriendo detrás de deseos, cada vez más sofisticados, más temores, más deseos, miedo a morir, miedo al vacío, etc. La vida así se vuelve complicada y poco feliz, entonces se continúa corriendo y huyendo. Y luego es difícil parar.

Pero la enfermedad debe ser curada.

El miedo puede ser controlado, con sabiduría y reflexión.

La energía de la respiración nutre a los riñones, aporta energía, concentración y coraje. Zazen es la postura del no-miedo.

Más allá del pensamiento conciente se encuentra la calma profunda y el equilibrio natural de todo el sistema.

Podemos trascender los límites de la mentalidad ordinaria y encontrar una nueva manera de pensar, de percibir la vida, de controlar las emociones y encarar los desafíos que nos presenta la vida.

El miedo es la esencia del coraje, así como la ignorancia es la naturaleza misma de la sabiduría.

La confianza en sí mismo es el primer paso.

Una verdadera transformación que genera una influencia positiva para todos.

martes, 18 de mayo de 2010

La conciencia y la vida


Según la enciclopedia, conciencia (o consciencia) es el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno.

Podríamos definirla también como el rasgo esencial que integra a un organismo en una totalidad y le permite funcionar como un individuo. Esto es común a todas las formas de vida, pero en los seres humanos evolucionó incluyendo a la mente y a las emociones.

La conciencia actúa uniendo diferentes elementos para que formen una totalidad unificada.

Esto es válido desde un organismo unicelular como la Ameba hasta organismos multicelulares complejos como el Homo sapiens.

En nuestro caso, cada célula del cuerpo tiene conciencia, es una unidad fisiológica con respiración y conciencia, pero hay algo que nos define como individuos y es la sumatoria de todas las conciencias de nuestras células en una sola conciencia.

Lo interesante es que si queremos rastrear el origen de esta conciencia es muy difícil, los científicos especulan, pero no pueden demostralo cientificamente. Cuando y donde se origina esta conciencia individual, es un misterio.

Si observamos con más detalles nos daremos cuenta de que esta conciencia individual es en realidad parte de una conciencia más grande, que une ya no células si no individuos. Esto es lo que algunos llaman “conciencias conectadas” o "cerebros conectados". Jung, a su manera, lo definió como “inconciente colectivo”. En fin, son categorías y conceptos que tratan de definir algo indefinible e intangible.

Si seguimos alejándonos (como observadores), veremos que a su vez esta conciencia colectiva es parte de una conciencia todavía más grande, que une a todos los seres vivos de esta tierra, podríamos decir "la conciencia misma de la Tierra". La Tierra considerada como un organismo.

Y si continuamos nuestro viaje, ya notaremos que esta conciencia a su vez es parte de otra aún mayor, que une planetas y galaxias, es la conciencia misma del universo, que no es diferente de las demás conciencias, de hecho es la misma. Una sola conciencia. Solo que con diferentes funciones.

La conciencia humana, nos permite diferenciarnos, conocer, aprender, experimentar y crear. Esa esa su función.
La conciencia crea una distinción clara entre el ser y el no-ser. Es el centro que reúne a todos los componentes. Sin conciencia no hay existencia.

La vida apareció en la naturaleza, como un aspecto de esta, un desequilibrio, producto del incesante movimiento de fuerzas cósmicas, alternando vida y muerte, aparición y desaparición, existencia y no-existencia, etc.
La vida se fue desarrollando y evolucionando, y esta conciencia que cada organismo tiene de si mismo, también lo fue haciendo. Así fueron apareciendo sobre la tierra organismos capaces de adaptarse a los cambios gracias a la modificación de sus conductas.

Esta es una diferencia grande con el instinto, ya que este, si bien corresponde a un rasgo innato y unificador de la conciencia, solo funciona para asegurar la supervivencia de la especie como totalidad en un entorno dado y bajo condiciones específicas. Esto se ve en muchos animales e insectos, que cuando se introduce algún cambio inesperado en su medio, pierden el instinto y la capacidad de adaptación.

En los seres humanos, el desarrollo de la mente conciente llegó a tal punto que prevaleció sobre la conciencia instintiva.
De esta forma, fue posible trasformar el entorno y crear cosas que nunca habían existido antes. Con el lenguaje, la socialización y le especialización en el trabajo, surgió la cultura, con sus diferentes manifestaciones y la civilización.
Sin embargo, la mente a medida que se fue desarrollando se alejó proporcionalmente de la esencia de la vida.

Las creaciones del hombre: la ciencia, la tecnología, los objetos, la excesiva especialización, lo fueron alejando de sí mismo y de su fuente natural.
De manera que lo que en un principio era una función de la conciencia, que permitía a ese organismo poder ir más allá de sus límites, experimentar y conocerse, se volvió un límite en si mismo, una especie de trampa.
El ser humano moderno quedó aprisionado en esta mente conciente, separado del resto, aislado, olvidando su origen e incluso su verdadera naturaleza.

Pero el significado de una parte separada solo cobra relevancia cuando se percibe como una parte de la totalidad. Nuestra individualidad solo es interesante en función de la totalidad, como parte de algo más grande, de algo que la incluye.
Percibiendo esto, la individualidad, lo que conocemos como “ego” o personalidad, o como se quiera llamar, se vuelve flexible, sus límites se expanden, se funden con el entorno con más facilidad y con la misma facilidad puede reconocerse e integrarse de nuevo.

Desde un punto de vista neurofisiológico, el lenguaje, el pensamiento lógico y conceptual, la forma de percibir la realidad por partes y de forma abstracta, es atributo del hemisferio cerebral izquierdo.

Debido a esta especialización, a esta forma de pensar, en la civilización moderna se ha desarrollado en exceso en detrimento del hemisferio derecho, que es silencioso e intuitivo y percibe con más facilidad la totalidad y el espacio.

Así se ha ido estableciendo una condición de desequilibrio.

Por esto para poder trascender los límites y contradicciones de la mente individual, hay que favorecer el equilibrio entre ambos hemisferios cerebrales, dejar reposar la actividad del neocórtex y permitir con el silencio y la calma mental el acceso a zonas profundas del cerebro, ligadas a la vida inconciente y primitiva.

Es la vuelta a la fuente, a las raíces, a la auténtica naturaleza.

No se trata de acumular objetos o conocimientos ni salir a buscar afuera lo que uno cree que es. Ni tampoco retroceder en la escala evolutiva,
Con la energía suficiente y la información precisa podemos llegar muy lejos.

Somos el trazo de unión entre la realidad cuántica del mundo subatómico y la enormidad infinita del cosmos, y lo que conecta esta realidad visible con la invisible y microscópica, el puente entre estos dos mundos, es la respiración.
Para armonizar la actividad cerebral lo mejor es la respiración.
Los pensamientos y la respiración están íntimamente ligados, y estos a su vez con la postura del cuerpo.

Cuando la mente está en calma, la respiración baja su frecuencia y se hace más profunda.

Cuando la respiración es tranquila, el flujo de pensamientos disminuye, el córtex reposa y se activan otras áreas más antiguas del cerebro relacionadas con el inconciente.

Las ondas cerebrales se hacen mas ordenadas y de menor frecuencia, pasando de Beta, desordenadas, de mayor frecuencia y menor amplitud (13 a 28 hz) a Alfa (7,5 a 13 Hz) y durante la meditación, cuando los hemisferios se equilibran, ondas Theta (3,5 a 7,5 Hz) o mas raramente (sueño profundo o meditadores experimentados) ondas Delta (0,2 a 3,5 Hz). Hz=Herzio (oscilaciones/segundo)

Por eso zazen es el método directo y seguro, para trascender la pequeña individualidad y armonizarnos con nuestra esencia universal. De manera natural e inconciente.

La conciencia individual se funde con la conciencia del universo.

Más allá del pensamiento ordinario, pensamiento absoluto, verdadera pureza.

Es la vuelta a la condición normal del cuerpo y del espíritu.

El retorno al origen, al mar de potencialidad infinita que nos nutre de energía e información.

domingo, 9 de mayo de 2010

La no acción

La no acción, wu wei en chino, es la forma opuesta y complementaria de la acción, del “hacer”.

No hacer no implica “hacer nada”, si no mas bien, que se actúa sin la intervención de la voluntad y de la búsqueda del beneficio propio. Se deja que las cosas evolucionen por si mismas. Es la manera que tiene la naturaleza de actuar. Las plantas crecen sin un esfuerzo particular, por ejemplo, también el agua, que fluye constantemente y se adapta a todas las formas.

El no hacer, es un aspecto fundamental en la filosofía taoísta y budista.

En la práctica de zazen (meditación Zen), hacemos sin hacer, sin dejar huella, sin un propósito particular, olvidando el esfuerzo y la intención.

Es algo difícil de comprender en la vida moderna, tan ligada al pensamiento conciente, a la forma, a la materia, a la obtención de beneficios y a una percepción del ser más bien individualista, cortada del entorno natural y forzada. Estereotipada.

El pensamiento es forma y existencia que se convierte en palabra, de hecho, el centro del lenguaje articulado en el cerebro (área de Broca) se encuentra en la corteza frontal izquierda, que gestiona el pensamiento lógico, racional y secuencial, transformando la información en palabras, gestos y en respuesta activa. La palabra se vuelve acción.
Al trascender el pensamiento conciente se llega a lo no acción.

El no pensamiento permite que las cosas tomen su curso natural. Que aflore la percepción, la intuición y la sabiduría profunda.

El No Hacer está muy relacionado con la actividad del inconciente, con el hacer del inconciente.

El relajar nuestro intento de programar la vida a expensas de la voluntad y de la razón, nos vuelve más receptivos a la sabiduría del inconciente. Tomamos contacto con algo más profundo, más grande que nosotros mismos.

La relación entre el conciente y el inconciente es como la imagen del iceberg: una pequeña parte visible por encima del agua y la mayor parte, invisible, por debajo de ésta.
Cuando hay un mayor contacto con el inconciente, hay un flujo de energía e información que emerge de la profundidad, de la parte invisible del iceberg.

Cuanto más nos conectamos con esta fuente de energía e información, que no es otra cosa que el mar de potencialidad infinita, esto incide directamente en nuestra manera de pensar, de hablar, de actuar, en la capacidad de trabajo, en la salud y la resistencia física y, como vimos, a nivel fisiológico incluso en el sistema inmunitario.


El No Hacer incide también en el aprendizaje. Estamos habituados a aprender bajo presión, a forzar la “máquina” para memorizar, razonar e integrar conocimientos concientemente. Es la tensión del Hacer voluntario. Representa el modo “Yang”, activo, voluntarioso, conciente.

Por el contrario, el No Hacer, que implica la relajación de este intento, nos permite situarnos en una postura en que la energía fluye libremente, aumenta nuestra receptividad y se despliegan nuestra intuición, imaginación y creatividad. Integrando además, la percepción del hemisferio derecho y de áreas más profundas del cerebro, que habitualmente están inactivas. Es el modo “Yin”.

De niños aprendemos al principio de esta forma, inconcientemente, mirando, escuchando, copiando, jugando, cantando. Sin un propósito especial ni un objetivo concreto. De esta forma comenzamos a reconocer el mundo, a hablar, a caminar, incluso a escribir.

El no hacer, implica armonizarse con los cambios. Es aprender a fluir y a aceptar sin intervenir, la vida de los otros y las transformaciones del entorno.
Hacer y no hacer son las dos caras de una misma realidad existencial.

No se puede “hacer nada”, de hecho estamos vivos y la vida es acción, es movimiento. Hay que vivir, aprender, mejorar, ocuparse de lo fundamental. Cuando hay que actuar, se debe actuar.

Esto que parece una contradicción, significa que tampoco se puede vivir a fuerza de voluntad y esfuerzo conciente, ya que esto anula nuestra capacidad de adaptación, prevaleciendo la tensión, la infelicidad, el miedo y la falta de creatividad y fluidez.

La práctica del Taichi y de Chi kung (qi gong), permiten encontrar la unidad de la mente y el cuerpo, el pensamiento y el movimiento. Encontrando así, la no mente y el no movimiento.

Pero la mejor manera de practicar el no hacer, la forma directa y natural, es la postura de zazen. Concentrados en la respiración y en la inmovilidad del cuerpo, percibiendo el silencio y el fluir armonioso del universo a través de uno. Inconciente y naturalmente. Verdadero conocimiento de si mismo. Dogen, un célebre maestro Zen escribió: “conocerse a si mismo, es olvidarse de si mismo. Olvidarse de si mismo es estar en unidad con el universo y con todas las existencias.”

No hacer significa equilibrio y armonía.

Así cuando hay que actuar, esta acción se vuelve única y definitiva. Total. Sin dudas ni miedo.

Como el sonido que emerge puro y cristalino luego de un profundo silencio.
Verdadera música.

El no hacer es el hacer de la naturaleza.

martes, 4 de mayo de 2010

El sistema neurovegetativo


El sistema nervioso vegetativo (o autónomo) es la parte del sistema nervioso que se encarga de integrar y controlar la información que recibe de los órganos y del medio interno con las glándulas, vasos sanguíneos y músculos.

El sistema nervioso autónomo o neurovegetativo, al contrario del sistema nervioso central y del somático , es involuntario, activándose principalmente por centros nerviosos situados en la médula espinal, tallo cerebral e hipotálamo. También, algunas porciones de la corteza cerebral como la corteza límbica, pueden transmitir impulsos a los centros inferiores y así, influir en el control autónomo.

El sistema nervioso autónomo es sobre todo un sistema eferente (centrífugo) e involuntario que transmite impulsos desde el sistema nervioso central hasta la periferia estimulando los aparatos, sistemas y órganos.

Estas acciones incluyen: el control de la frecuencia cardíaca y la fuerza de contracción del corazón, la contracción y dilatación de vasos sanguíneos, la contracción y relajación del músculo liso en varios órganos, acomodación visual, tamaño de la pupila y secreción de glándulas exocrinas y endocrinas, regulando funciones tan importantes como la digestión, circulación sanguínea, respiración y metabolismo.


El sistema nervioso vegetativo se divide funcionalmente en:

-Sistema simpático: usa noradrenalina como neurotransmisor, y lo constituye una cadena de ganglios. Está implicado en actividades que requieren gasto de energía. También es llamado sistema adrenérgico o noradrenérgico; y es el que prepara al cuerpo para reaccionar ante una situacion de estrés.

-Sistema parasimpático: Lo forman ganglios aislados y usa la acetilcolina como neurotransmisor. Está encargado de almacenar y conservar la energía. Es llamado también sistema colinérgico; y es el que mantiene al cuerpo en situaciones normales y luego de haber pasado la situación de estrés, es antagónico al simpático.

Ambos sistemas trabajan coordinadamente para cumplir con las funciones del cuerpo humano.

Desde el punto de vista de la medicina china, esta división se corresponde con la teoría del Yin y el Yang, es decir, dos sistemas de polaridades opuestas pero complementarias.

El sistema simpático es de naturaleza Yang.

Ya que el Yang se relaciona con el movimiento, la acción, la energía, el calor, el fuego, la superficie, es el principio masculino.
El simpático prepara al cuerpo para la lucha y la huida.

Es un sistema de acción y movimiento, que anatómicamente se sitúa más superficialmente, a ambos lados de la columna vertebral, formando una cadena de ganglios y nervios interconectados con los nervios espinales.

Aumenta la fuerza y la frecuencia de los latidos del corazón (taquicardia), dilata las pupilas, dilata los bronquios, aumenta el riego sanguíneo y el consumo de oxígeno en los músculos, disminuye la contracción del estómago, el peristaltismo y el flujo de sangre (vasoconstricción) en los órganos internos y piel, contrae los esfínteres, estimula las glándulas suprarrenales y la secreción de corticoides (cortisol).

El llamado “estrés” de la vida moderna, no es otra cosa que la activación continua y prolongada de este sistema provocando en consecuencia una serie de desequilibrios bajo la forma de síntomas y trastornos psicofísicos, que además de limitar la capacidad del individuo (insomnio, fatiga crónica, impotencia y frigidez sexual, trastornos digestivos, alérgicos, circulatorios, etc.) pueden incluso provocar su muerte (accidentes cerebrovasculares, infartos, hipertensión arterial, etc.).


El Parasimpático representa al aspecto Yin.

Relacionado con el reposo, la nutrición, la calma, la relajación (luego de la acción) e incluso el acto sexual. Está ubicado más en profundidad.

Favorece la digestión y la absorción de nutrientes y se encarga de los procesos de reparación y acumulación de energía. Los nervios que lo integran nacen en el encéfalo, formando parte de los nervios craneales oculomotor, facial, glosofaringeo y vago.

En la médula espinal se encuentra a nivel de las raíces sacras de S2 a S4.

A nivel del aparato digestivo, provoca: aumento el tono de la musculatura lisa gastrointestinal, estimulación del peristaltismo intestinal(movimientos ondulatorios descendentes), relajación de los esfínteres gastrointestinales.

En el corazón, por medio del nervio vago, causa disminución de la frecuencia cardíaca (bradicardia) y de la fuerza de contracción del miocardio.

Estos dos sistemas que son en realidad una unidad de fuerzas opuestas y complementarias, deben estar equilibrados. En un equilibrio dinámico.

La vida sedentaria, la falta de ejercicios, de motivación, el exceso de reposo, llevan a un desequilibrio y a una debilidad, disminuyendo la capacidad de adaptación a los cambios y la resistencia a las enfermedades.

Del otro lado, el exceso de “máquina” (física y mental), la falta de reposo y relajación, no comer tranquilo y con tiempo y estar siempre “apurado”, también desequilibra el sistema interno y enferma, y obviamente se genera en consecuencia una mala adaptación a los cambios, haciéndose un círculo de retroalimentación con efecto negativo.
La mejor manera de relajar el sistema simpático (por ejemplo en caso de estrés) es estimulando el parasimpático (reposo, relajación, masajes, respiración).
La forma de equilibrar el parasimpático es con ejercicios, estiramientos y actividad física adecuada.

Como vemos, es importante encontrar siempre el equilibrio, en todos los niveles de la existencia, de forma dinámica y armoniosa, conociendo nuestras verdaderas necesidades, sin correr detrás de ilusiones y de preocupaciones. Las emociones juegan un papel fundamental, la calma y la alegría son esenciales.

La naturaleza siempre se equilibra a si misma y los seres humanos, como parte que somos de ella, poseemos también esa capacidad.