La energía y la información existen en toda la
naturaleza. Representan el verdadero lenguaje universal.
En el microuniverso cuántico más allá del átomo, en la
diminuta escala de Planck, comprobamos que la sustancia de nuestro sólido mundo
material es energía e información apareciendo
y desapareciendo en el vacío creador.
Si nos desintegramos hasta llegar a nuestros componentes
fundamentales solo hallaremos energía e información rodeadas de un inmenso vacío.
Nada más material que esto.
De hecho, el universo es la manifestación del movimiento de
la energía y la información.
Este campo infinito de interacciones e
interconexiones no es otra cosa que el campo
de la pura conciencia o de la pura potencialidad. Y en este campo
cuántico de energía e información influyen de forma determinante la intención y las creencias.
El impacto que tienen en el mundo físico nuestras creencias
es mucho mayor de lo que suponemos, aunque ya está largamente demostrado que lo que creemos, nuestro cuerpo entero lo cree, y si el cuerpo lo cree, el universo
entero hace la misma lectura y nos devuelve la información certificando nuestra
creencia.
Cada célula por insignificante que parezca participa de esta
convicción.
Si creemos que algo nos hace mal, así será. Por el contrario
si creemos que algo nos hace bien, así será también.
Nuestras emociones y pensamientos son vibraciones no físicas
que rápidamente son traducidas por el cerebro en un lenguaje neuroquímico de
potenciales eléctricos y neuropéptidos, que modifican directamente la actividad
celular y modelan el cuerpo físico.
Todo lo que existe comparte el mismo origen.
La diferencia,
por ejemplo, entre nosotros y una planta es el contenido de información y de energía de nuestros respectivos cuerpos.
En el plano físico, tanto nosotros como la planta, al igual
que un perro, una ameba o una mosca, estamos hechos del mismo reciclado de
elementos:
principalmente carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y
otros elementos en mínimas cantidades.
Podemos conseguir estos elementos sin dificultad en un
laboratorio.
Por lo tanto, la diferencia entre nosotros y un árbol no la
encontraremos en estos elementos. De hecho, los seres humanos y las plantas
intercambiamos todo el tiempo carbono (CO2) y oxígeno (O2).
La verdadera diferencia se encuentra en la información.
Los seres humanos podemos ser conscientes del contenido de energía e información de ese campo que da origen y mantiene a nuestro
cuerpo físico.
Podemos experimentar ese campo subjetivamente bajo
la forma de pensamientos, emociones, deseos, recuerdos, instintos, impulsos y
creencias.
A su vez este campo
de potencialidad, esta experiencia subjetiva, se percibe
objetivamente como el cuerpo físico, y por medio del cuerpo y los órganos de
los sentidos, percibimos el mundo subjetivamente.
Sujeto y objeto entrelazados en una eterna danza.
Una parte de nuestra existencia es particular, colapsada en una realidad que definimos como material. Percibimos
de nuestra existencia (y por ende de las demás también), solo el aspecto corpóreo.
Nuestro realidad material corresponde solo a la pequeña franja de señales que captan
los sentidos y que el cerebro les da forma, las particulariza.
Pero la mayor parte de la existencia no manifestada, es más
bien como una sutil onda de probabilidades, una nube de interconexiones que representa
nuestro aspecto insustancial e inconsciente en unidad con el orden cósmico.
Las partículas elementales que forman las moléculas que componen
las células y tejidos de nuestro cuerpo, experimentan esta dualidad.
En realidad, la dualidad onda/partícula la experimenta el
observador, que mediante su percepción dualista provoca el colapso o reducción de la
función de probabilidades en una realidad determinada, al tratar de comprender y
describir su experiencia cotidiana.
Pero en esencia no hay dualidad. Existimos como una realidad
particular y al mismo tiempo como una onda de probabilidad diseminada en el
espacio.
Existimos y no existimos al mismo tiempo.
Podemos darnos cuenta que debido a sus interconexiones y su
potencialidad, el aspecto insustancial (ondulatorio) presenta muchas más posibilidades y ventajas que el
aspecto particular. Pero es el aspecto particular el que finalmente se manifiesta
o materializa acorde a la información y sirve de vehículo de la experiencia espiritual.
Para influir en el sustrato mismo de la materia hay que
servirse del aspecto ondulatorio (vibracional) del ser, que está en resonancia
con las frecuencias más sutiles: pensamientos, emociones, propósitos y
creencias y tiene acceso directo al campo de potencial infinito de energía e
información.
Nuestro cuerpo es interdependiente con el cuerpo del universo,
porque más allá de nuestros átomos y partículas elementales, las
fronteras no están bien definidas.
Nuestro cuerpo no
esta limitado por la piel.
Este es tan solo un nivel que delimita un medio interno y
otro externo, esto le permite al cuerpo funcionar y desarrollarse como
organismo. Al igual que una célula está delimitada por su membrana plasmática,
que es permeable y dinámica y mantiene un intercambio vital con su entorno. Una
célula no esta aislada de las demás células y comunica activamente con el campo.
Somos más bien una onda, una fluctuación, una perturbación
localizada en un campo cuántico
mucho más grande, una ola surgida en el mar de la potencialidad infinita. Ese
campo cuántico más grande - el universo – , es también nuestro cuerpo ampliado.
Como la conciencia humana es infinitamente flexible, tenemos la habilidad de poder
cambiar conscientemente el contenido de información que da origen a nuestro
cuerpo físico.
Podemos cambiar conscientemente el contenido de energía y de
información de nuestro propio cuerpo a nivel cuántico y, por lo tanto, influir
en el contenido de energía y de información de nuestro cuerpo ampliado: el campo, y en consecuencia hacer que se
manifieste lo que deseamos. Dicho de otra forma: materializar un deseo.
Para esto la conciencia posee dos cualidades: la atención y la intención.
La atención
funciona como un filtro, que al
descartar los estímulos irrelevantes permite un estado de coherencia en la información y además
ayuda a concentrar la energía, a focalizarla.
La intención o propósito,
tiene el poder de transformar. Si te propones algo tarde o temprano lo
logras.
Atención y concentración son 2 caras de la misma
moneda.
Si prestamos atención a algo le transferimos energía, ya que el pensamiento es una
onda de energía e información y entonces el objeto de atención se manifestará
con más fuerza en nuestra vida. Si dejamos de prestar atención, se marchitará,
se desintegrará y desaparecerá.
La plasticidad neuronal, que es una característica dinámica del cerebro, es la capacidad
de formar nuevas redes neuronales y
por lo tanto cambiar su formato y su funcionamiento, optimizándolo. Esto se
establece mediante la repetición y
la concentración mental.
Por otro lado, la intención estimula
la transformación de la energía y de la información.
La intención focaliza, potencia y organiza.
La intención focaliza, potencia y organiza.
El acto de dirigir la intención sobre el objeto de la
atención desencadenará una serie de sucesos en el espaciotemporales que tarde o
temprano materializaran lo deseado. Esto se debe a que en el nivel fundamental todo esta
interconectado y además la intención tiene un infinito poder
organizador.
El poder organizador
significa la capacidad para organizar la información simultáneamente, o sea,
una infinidad de sucesos espaciotemporales todos al mismo tiempo. Podemos
llamarlo “sincronicidad”.
La sincronicidad es
una coincidencia en el tiempo de dos o más sucesos relacionados entre sí de una
manera no causal, cuyo significado
es el mismo.
Si sembramos una intención en el suelo fértil de la
potencialidad pura, del inconciente no manifestado, ponemos a trabajar para
nosotros ese infinito poder organizador.
Es el nivel subconsciente de la conciencia alaya, donde se almacena la información.
Este poder organizador es normal en la naturaleza, se
expresa en cada hoja del árbol, en cada flor, en cada célula de nuestro cuerpo.
Lo podemos ver en todo lo que vive.
En la naturaleza todo está conectado y relacionado entre sí.
El campo crea orden y modela a la materia.
El campo crea orden y modela a la materia.
Lo asombroso de nuestro cerebro es que puede gobernar ese
infinito poder organizador a través de la intención.
En el ser humano, la intención y la capacidad
de transformación son ilimitadas, no están contenidas en una red
rígida de energía e información. Poseen una flexibilidad infinita. Obviamente
siguiendo las leyes del universo y de acuerdo a la propia naturaleza de cada
ser.
La intención favorece el flujo natural y espontáneo de la
pura potencialidad, que busca manifestarse, es decir, pasar del estado no
manifestado (potencial) a la manifestación.
Esto sucede porque el movimiento
de información en los niveles cuánticos afecta la gravedad y esto provoca la reducción o el colapso de la onda de posibilidades en una realidad particular.
Por supuesto que estas cualidades de la conciencia, son de
naturaleza benéfica y positiva. No pueden servir para dañar o
ignorar a otro ser, ya que además en virtud de la retroalimentación con el campo, este deseo retorna (generalmente amplificado).
Siempre hay que obrar en beneficio de los demás seres vivos;
de todas formas esto es algo que sucede naturalmente cuando se está en
la condición normal del cuerpo-mente.
La intención es
el verdadero poder detrás del deseo. La sola intención es muy poderosa,
porque es deseo sin apego al resultado. El solo deseo es débil, porque en la
mayoría de los casos es atención con apego y sin un verdadero propósito. Es
apenas un débil estimulo incapaz de mover una partícula de polvo.
Sin embargo la conciencia
es capaz de crear mundos.
Esto significa que podemos desear y obrar libremente, sin
depender ni identificarnos con un resultado, con confianza en nuestra
naturaleza y posibilidades, que son universales.
La intención se
proyecta hacia el futuro, pero la atención está
ubicada en el presente.
Mientras la atención esté en el presente,
la intención dirigida hacia el futuro se cumplirá porque el futuro se
crea en el presente. El presente es la semilla del futuro. El futuro ya existe
en el presente.
Y este presente es la actualización de causas pasadas. Por
eso con nuestros pensamientos y acciones, podemos influir en todas las
direcciones del tiempo y del espacio. El
pasado, presente y futuro coexisten en este mismo instante.
Hay que saber aceptar, asumir el presente tal como es. De
esta forma, con el deseo y la intención, podemos sembrar nuevas
semillas, de cara al futuro. Instalar nuevos programas, útiles y
actualizados, que nos permitan realizar lo que queremos y vivir en plenitud.
Sin arrepentimientos ni culpas, eliminando los programas parásitos y los softwares malintencionados.
El pasado, el presente y el futuro son propiedades de la
conciencia.
El pasado es memoria; el futuro es posibilidad; el presente es atención.
El tiempo es el movimiento de la conciencia.
Tanto el pasado como el futuro nacen en la imaginación;
solamente el presente, que es conciencia, es real y es eterno. Existimos en
este presente, que incluye al pasado y al futuro.
Ahora y aquí
encontramos el campo de infinitas posibilidades.
Cuando la conciencia se libera de la carga del pasado y de
la preocupación por el futuro, la acción en el presente se vuelve creativa y
total.
La intención
actúa como catalizadora de la mezcla correcta de materia, energía y sucesos
espacio-temporales para crear cualquier cosa que deseemos. Es información que
enviamos al campo y que modifica la geometría del espacio-tiempo.
Si tenemos conciencia del momento presente, los obstáculos
imaginarios – que representan la gran mayoría de los obstáculos percibidos - se
desintegran y desaparecen. El resto de nuestras dificultades reales se
transforman en oportunidades, gracias a otra de las cualidades de la
conciencia: el foco.
La intención
focalizada es la atención que no se aparta de su propósito. Lo que
significa estar enfocados, o sea, manteniendo nuestra atención en el presente,
con un propósito inflexible y eliminando cualquier obstáculo que se
interponga y nos desvíe de nuestro propósito.
La atención y
el propósito aportan
serenidad y motivación. Y esta combinación se vuelve poderosa y muy eficaz.
La práctica regular de zazen desarrolla la atención sutil y la concentración, esto no solo es beneficioso en términos de salud sino que permite expandir la conciencia y acceder a un nivel superior de energía e información. Inconscientemente, naturalmente.
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