domingo, 4 de octubre de 2009

los tres cuerpos


El ser humano es un agregado de múltiples elementos, que se manifiestan de diferentes formas, expresando cada uno su naturaleza particular, aunque en realidad son manifestaciones que surgen de la misma fuente. Es decir, a pesar de los diferentes aspectos de la naturaleza humana: visibles e invisibles, físicos y espirituales, la esencia fundamental es una e indivisible.

El universo vibra, y nosotros obviamente también, ya que somos parte y expresión de él. Cada partícula de nuestro ser vibra de una manera determinada. Según sea su vibración se manifestará de una u otra manera, constituyendo diferentes planos o niveles de existencia.
Podemos, para comprendernos mejor, distinguir tres planos o cuerpos: El cuerpo físico, el cuerpo energético y el cuerpo espiritual.

El primero, el plano físico, que corresponde al nivel más básico. Es la materia. Lo que podemos ver, sentir y tocar a través de los sentidos. Se manifiesta en una realidad de cuatro dimensiones. tres para el espacio (arriba-abajo, atrás-adelante y los costados), donde solo puede moverse dentro de esos límites, y la cuarta que corresponde al tiempo.
Es la parte más limitada de nuestro ser, la que menos alcance tiene. Es la que degenera y envejece.
La que da forma y contiene al espíritu y permite que este pueda expresarse en este plano de la existencia. Es el vehículo. Nuestra parte carnal. Sin ella no existiríamos. Existimos en virtud de nuestro cuerpo físico, de nuestra forma material. Es el recipiente, el envase que guarda el precioso elixir de la vida. Un recipiente sin el cual no sería posible la vida. Pero el recipiente no es el elixir.
Y hablando de vida; lo que anima a este cuerpo físico, que un día se desintegrará devolviendo sus componentes fundamentales al universo (al cual pertenecen), lo que permite que este conglomerado de células y tejidos, de huesos y carne, sienta y experimente. Aquello que hace que este cuerpo que creemos propio pueda ser conciente de sí mismo, lo encontramos en los planos más sutiles e invisibles y es lo que podemos llamar, el cuerpo espiritual.

Aquí están incluidos los pensamientos, las emociones, las percepciones y todas las vibraciones sutiles, más o menos elevadas, incluso inconcientes, que forman parte de la totalidad de nuestro ser, de nuestra esencia original.

Aquí la cosa se pone más difícil. ¿Cómo hacer para hablar del espíritu sin limitarlo, sin encerrarlo en simples categorías relativas?. ¿Cómo hacer para hablar de la experiencia subjetiva?. No obstante haré un intento.

Desde hace siglos, la cultura occidental, influida por la religión y el espíritu científico, fue separando a las personas: por un lado el cuerpo físico, que pasó a pertenecer a la ciencia, ya que se puede cortar, pesar y medir. Se puede estudiar “objetivamente”.
La otra parte, la invisible, la que corresponde al espíritu, a la conciencia., la que incluye los atributos mas elevados de la persona, su lado “divino”, fue expropiado por la Iglesia, manipulándolo, limitándolo, para que encaje en un montón de dogmas, culpas y otras supersticiones, generando la creencia que para acceder a esta naturaleza universal, divina, hay que primero pasar por intermediarios.

En este contexto el ser humano “moderno y civilizado” se fue desarrollando. Por un lado el cuerpo, por otro el espíritu. No es raro, por esta razón, que fácilmente nos identifiquemos con nuestro lado físico y material, pensando que solo somos la imagen que refleja el espejo o solo este cuerpo que empezó a morir el día que nació.
Un claro error de percepción, debido a la ignorancia de creer que es más importante el envase que el contenido. Como el que guarda la botella, cuidándola todos los días y tira la preciosa bebida. O la persona que prefiere tener el auto “reluciente” pero no va a ninguna parte.

¿Pero acaso la conciencia es diferente del cuerpo?. Es una realidad científica que cada célula es conciente de sí misma. Sabe que hacer, sabe lo que necesita exactamente y también sabe cuando algo va mal. Este conglomerado de “pequeñas” conciencias forma nuestro cuerpo espiritual y el cerebro es el integrador, el que controla emociones y genera ideas. Pero, ¿Cuáles son los límites de este cuerpo espiritual?.

Para la medicina china, el cuerpo y el espíritu comparten un mismo origen y además se transforman mutuamente entre sí. Materia y espíritu en continuo cambio, gracias a la energía vital que forma el otro cuerpo, el cuerpo energético. Sin energía vital (Chi) no podríamos vivir. La vida es energía. La respiración es energía.
Esta energía además es la responsable del nacimiento, el crecimiento y la muerte, de que generemos calor, nos protege, estimula las funciones fisiológicas y sostiene al organismo, determina además la calidad de vida y la longevidad. La obtenemos del aire que respiramos y los alimentos que consumimos y otra parte ya nos viene de “fábrica” y corresponde a la energía propia de cada célula, contenida en su ADN (energía ancestral).
La energía es el puente que une el mundo visible con el invisible. La respiración conecta el cuerpo y a las emociones, modulando y purificando.
El cuerpo energético está en la base de las transformaciones entre el cuerpo físico y el espiritual.

Volviendo a la conciencia.
Antes de nacer, ¿Qué éramos? Todos nuestros componentes han surgido de la misma célula original fecundada, el huevo o cigoto, que se fue multiplicando, diferenciando y expandiendo. Al igual que el Big-bang.
De hecho hoy se sabe que los protones, neutrones y electrones que componen los átomos y moléculas que forman nuestras células, provienen de esa explosión original que creo al universo actual.
Y ahora la “gran pregunta”¿En que momento esa masa indiferenciada de células comienza a tener conciencia de si misma? ¿Acaso esta conciencia podría salir de la nada? y luego crear a un ser que a su vez creará toda una historia personal, hará hijos que a su vez tendrán su propia conciencia personal continuando así el encadenamiento de la existencia. Es un misterio.
Aquí, los científicos y los religiosos comienzan a especular. La ciencia va a estar siempre limitada para dar una respuesta ya que solo tiene en cuenta la parte ya manifestada, es decir, la que se puede observar “objetivamente”.
Pero sabemos ahora que el universo que podemos ver, es solo una pequeña parte de lo que verdaderamente existe, el resto permanece oculto, a los límites de nuestros sentidos físicos.
Es igual para todos los seres, la parte manifestada es solo una pequeña porción dentro de un mar infinito de posibilidades no manifestadas. Un pequeño cuerpo físico nadando en un océano de espiritualidad.

Cuerpo, energía y espíritu no son diferentes. Poseen la misma esencia y se transforman entre sí.
Las emociones afectan al cuerpo y si este enferma nuestro espíritu también. Si hay poca energía enfermamos y vivimos menos.

El pensamiento mueve la energía que a su vez mueve al cuerpo.
Primero está el deseo, que se vuelve una idea que pone en marcha el motor para que el vehículo se mueva, finalmente este se desplaza.
Para cada uno, el vehículo (cuerpo) y el conductor (espíritu) son lo mismo, están unidos
Por eso es importante como comemos, como respiramos y como pensamos.

La salud y la felicidad van juntas.

La enfermedad y el sufrimiento aparecen cuando el cuerpo (el vehículo) va para un lado y el espíritu (el conductor) va para el otro. Victima de las contradicciones y dualidades, porque el conductor no conoce el vehículo ni el camino y lo que es más grave, no sabe a donde quiere ir.

Esta verdad más que una teoría, representa una guía de vida, o más bien, de ruta.

Si nuestro mapa no sirve, entonces hay que tirarlo y fabricar uno nuevo que nos sirva y nos ayude a llegar a buen destino.

Cuando los tres cuerpos, que en realidad son uno, funcionan en armonía, nos sentimos en plenitud y se potencian nuestras posibilidades.

La vieja ignorancia y los malos hábitos son transformados por el autoconocimiento, a partir de un simple “click” en el espíritu. Una vuelta de llave.
A esto se le llama: “encender el motor del darse cuenta”.

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