miércoles, 6 de agosto de 2008

La impermanencia



Es una de las enseñanzas fundamentales del budismo, según la cual todo lo que conocemos, trátese de experiencias interiores o del mundo externo, se encuentra en un estado de permanente cambio y transformación.
Tendemos a fijar una realidad, es decir la mente da forma fija e inmutable a los afectos, a los fenómenos y a las cosas olvidando el carácter esencialmente cambiante del mundo.
Por otro lado, hoy en día, hasta los niños saben que los objetos aparentemente sólidos, en realidad no lo son. La física cuántica ha descubierto que la naturaleza de la materia es extremadamente compleja, no es lo que pensábamos, lo que creemos que es sólido en realidad es vacío, vacuidad.
En el mundo del átomo y sus partículas no se puede hablar de alguna diferencia esencial entre la masa y la energía: lo que nos parece un estable e inerte cuerpo, en realidad es puro movimiento, aunque imperceptible a nuestros sentidos.
Las partículas atómicas desaparecen y aparecen todo el tiempo.
La sensación de solidez y de permanencia es pura interpretación de nuestros sentidos, limitados a una estrecha franja dentro del espectro de radiaciones percibidas, donde los objetos parecen estar separados entre si y dan la impresión de ser sólidos e inmutables.
Sin embargo, en los otros ámbitos de la vida, la impermanencia es algo que experimentamos a diario y de lo cual nos damos cuenta perfectamente y sin mayores esfuerzos.

En el budismo este transitorio carácter del mundo está representado mediante el uso de las diferentes figuras metafóricas: la impermanencia de las cosas como las nubes del otoño, el nacimiento y la muerte como una danza, o comparando a la vida humana con el reflejo de la luna en la gota que cuelga del pico del ave acuática.


El hecho de entender este proceso del constante cambio –personal e impersonal, interno y externo- puede ayudarnos a enfrentar los acontecimientos de la vida diaria: Nos separamos de los que amamos, vemos cómo las amistades pueden deteriorarse, cómo los enemigos pueden convertirse en nuestros mejores aliados, cómo las situaciones difíciles pueden redundar en beneficios y cómo, de igual manera, correr detrás de nuestras ilusiones resulta a la larga frustrante. Es importante reflexionar y meditar sobre esto, de hecho, es la cura para los apegos y sufrimientos excesivos.

Esta visión sobre la impermanencia, esta comprensión de la naturaleza cambiante de todo, se constituye en la mejor vía para comprender la naturaleza cambiante de nuestro propio ser: observando la impermanencia de las cosas del mundo, una vez que lleguemos a percibirnos como parte de él, resultará más fácil comprender nuestra propia transitoriedad personal.

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