jueves, 1 de mayo de 2014

Todo depende de tus creencias



El poder de la intención

La energía y la información existen en toda la naturaleza, son la verdadera sustancia del universo, expresan el movimiento de la conciencia.

En el microuniverso cuántico más allá del átomo, en el reino de la diminuta escala de Planck (1,6162 x 10-35 m), comprobamos que la sustancia de nuestro sólido mundo material se parece más bien a una granulosidad indeterminada, vibrante y pulsante. Energía e información  apareciendo y desapareciendo constantemente en el vacío. 

En estos niveles la realidad es una nube de probabilidades y no algo determinado, presentándose en diferentes niveles de densidad, desde la tenuidad sutil, extendida y no localizada del éter o plasma, presentando variados niveles de energía, hasta que la interacción con la conciencia del observador lo transforma en materia compacta.



Si nos desintegramos hasta llegar a nuestros componentes fundamentales solo hallaremos energía información.
Nada más material que esto.

El universo es la manifestación del movimiento de la energía y la información

Este campo infinito de interacciones e interconexiones no es otra cosa que el campo de la pura conciencia o de la pura potencialidad. Y en este campo cuántico de energía e información influyen de forma determinante la intención y las creencias.

El impacto que tienen en el mundo físico nuestras creencias es mucho mayor de lo que suponemos, aunque ya está largamente demostrado que lo creemos, nuestro cuerpo entero lo cree, y si el cuerpo lo cree, el universo entero hace la misma lectura y nos devuelve la información certificando nuestra creencia. Cada célula por insignificante que parezca participa de esta convicción.

Si creemos que algo nos hace mal, así será. Por el contrario si creemos que algo nos hace bien, así será también.
Nuestras emociones y pensamientos son vibraciones no físicas que rápidamente son traducidas por el cerebro en un lenguaje neuroquímico de potenciales eléctricos y neurotransmisores, que modifican directamente la actividad celular.

Todo lo que existe comparte el mismo origen y está hecho con la misma esencia

La diferencia entre una planta y un ser humano es el contenido de información y de energía de nuestros respectivos cuerpos.
En el plano físico, tanto nosotros como la planta, al igual que un perro, una ameba o una mosca, estamos hechos del mismo reciclado de elementos: principalmente carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y otros elementos en mínimas cantidades.
Podemos conseguir estos elementos sin dificultad en un laboratorio. Por lo tanto, la diferencia entre nosotros y un árbol no la encontraremos en estos elementos. De hecho, los seres humanos y las plantas intercambiamos todo el tiempo carbono (CO2) y oxígeno (O2). 

El recambio de partículas y moléculas es un movimiento cósmico, compartimos reciclando estos elementos con toda la naturaleza, sin diferencias.
La verdadera diferencia se encuentra en la información.

Los seres humanos podemos ser conscientes del contenido de energía e información de ese campo que da origen y modela a nuestro cuerpo físico.
Podemos experimentar ese campo subjetivamente bajo la forma de pensamientos, emociones, deseos, recuerdos, instintos, impulsos y creencias.

A su vez ese campo de potencialidad, esa experiencia subjetiva, se percibe objetivamente como el cuerpo físico - y por medio del cuerpo y los órganos de los sentidos, percibimos el mundo, subjetivamente. 

Sujeto y objeto entrelazados.

Sin sujeto no hay objeto de percepción. Sin objeto de percepción no hay experiencia

Una parte de nuestra existencia es particular, colapsada en una realidad que definimos como material. Percibimos de nuestra existencia (y por ende de las demás), solo el aspecto corpóreo. Nuestra realidad material corresponde solo a la pequeña franja de señales que captan los sentidos y el cerebro le da forma.
Pero la mayor parte de la existencia no manifestada, es más bien como una sutil onda de probabilidades, una nube de interconexiones que representa nuestro aspecto insustancial e inconsciente en unidad con el orden cósmico.

Somos seres particulares y ondulatorios

Las partículas elementales (fotones, electrones, etc.) que forman las moléculas que componen las células y tejidos de nuestro cuerpo, experimentan esta dualidad.

En realidad la dualidad onda/partícula la experimenta el observador, que mediante su percepción dualista provoca el colapso o la reducción de la función de probabilidades en una realidad determinada, al tratar de comprender y describir su experiencia cotidiana.
Pero en esencia no hay dualidad. Existimos como una realidad particular y al mismo tiempo como una onda de potencialidad diseminada en el espacio.

Existimos y no existimos al mismo tiempo

Podemos darnos cuenta que debido a sus interconexiones y su potencialidad, el aspecto insustancial u ondulatorio, presenta muchas más posibilidades que el aspecto particular. Pero es el aspecto particular el que finalmente se manifiesta o materializa de acuerdo a la información.

El universo físico y todas sus leyes son una creación de la mente

Para influir en el sustrato mismo de la materia hay que servirse del aspecto ondulatorio del ser, que está en resonancia con las frecuencias más sutiles: pensamientos, emociones, propósitos y creencias y que tiene acceso directo al campo de potencial infinito de energía e información.

Nuestro cuerpo no es independiente del cuerpo del universo, porque más allá de nuestros átomos y partículas elementales, las fronteras no están bien definidas.

Nuestro cuerpo no esta limitado por la piel. Estamos interconectados con todo el universo y con toda la creación, porque somos una extensión de la mente Creadora, somos su reflejo, existimos en su imaginación.

El límite de nuestro cuerpo físico (membranas, piel, etc) es tan solo un nivel que delimita un medio interno y otro externo, esto le permite al cuerpo funcionar y desarrollarse como organismo. Al igual que una célula está delimitada por su membrana plasmática, que es permeable y dinámica y mantiene un intercambio vital con su entorno. 

Una célula es una unidad de conciencia y por lo tanto de experiencia, sin embargo, no esta aislada, forma una unidad con las demás células y comunica activamente con el campo que la rodea.

Somos más bien una onda, una fluctuación, una perturbación localizada en un campo cuántico mucho más grande, una ola surgida en el mar de la potencialidad infinita. Ese campo cuántico más grande - el universo – , es también nuestro cuerpo ampliado.

Como la conciencia humana es infinitamente flexible, tenemos la habilidad de poder cambiar conscientemente el contenido de información que da origen a nuestro cuerpo físico.

Podemos cambiar conscientemente el contenido de energía y de información de nuestro propio cuerpo a nivel cuántico y, por lo tanto, influir en el contenido de energía y de información de nuestro cuerpo ampliado: el espacio que nos rodea, el campo de pura potencialidad, y en consecuencia hacer que se manifieste lo que deseamos. Dicho de otra forma: podemos materializar un deseo.

Para esto la conciencia posee dos cualidades: la atención y la intención.

La atención funciona como un filtro, que al descartar los estímulos irrelevantes permite un estado de coherencia en la información y además ayuda a concentrar la energía,  a focalizarla. La intención o propósito,  tiene el poder de transformar. Si te propones algo tarde o temprano lo logras.

Atención y concentración son 2 caras de la misma moneda.

Si prestamos atención a algo le transferimos energía, ya que el pensamiento es una onda de energía e información y entonces el objeto de atención se manifestará con más fuerza en nuestra vida. Si dejamos de prestar atención, se marchitará, se desintegrará y desaparecerá.

La plasticidad neuronal, que es una característica dinámica del cerebro, es la capacidad de formar nuevas redes neuronales y por lo tanto cambiar su formato y su funcionamiento, optimizándolo. Esto se establece mediante la repetición y la concentración mental.

La intención estimula la transformación de la energía y de la información. La intención focaliza, potencia y organiza

El acto de dirigir la intención sobre el objeto de la atención desencadenará una serie de sucesos en el espacio-tiempo que tarde o temprano materializaran lo deseado. Esto se debe a que, como vimos, todo esta interconectado y además la intención tiene un infinito poder organizador.

El poder organizador significa la capacidad para organizar la información simultáneamente, o sea, una infinidad de sucesos espaciotemporales todos al mismo tiempo.


Si sembramos una intención en el suelo fértil de la potencialidad pura del inconsciente no manifestado, ponemos a trabajar para nosotros ese infinito poder organizador.

Este poder organizador es normal en la naturaleza, se expresa en cada hoja del árbol, en cada flor, en cada célula de nuestro cuerpo. Lo podemos ver en todo lo que vive.

En la naturaleza todo está conectado y relacionado entre sí

Lo asombroso de nuestro cerebro es que puede gobernar ese infinito poder organizador a través de la intención.

En el ser humano, la intención y la capacidad de transformación son ilimitadas, no están contenidas en una red rígida de energía e información. Poseen una flexibilidad infinita. Obviamente siguiendo las leyes del universo y de acuerdo a la propia naturaleza de cada ser.

La intención favorece el flujo natural y espontáneo de la pura potencialidad, que busca manifestarse, es decir, pasar del estado no manifestado (potencial) a la manifestación.


Esto sucede porque el movimiento de información en los niveles cuánticos afecta la gravedad y esto provoca la reducción o el colapso de la onda de posibilidades en una realidad particular.

Por supuesto que estas cualidades de la conciencia, son de naturaleza benéfica y positiva. No pueden servir para dañar o ignorar a otro ser, ya que además en virtud de la retroalimentación con el campo, este deseo retorna (generalmente amplificado).
Siempre hay que obrar en beneficio de los demás seres vivos; de todas formas esto es algo que sucede naturalmente cuando se está en la condición normal del cuerpo-mente.

La intención es el verdadero poder detrás del deseo. La sola intención es muy poderosa, porque es deseo sin apego al resultado. El solo deseo es débil, porque en la mayoría de los casos es atención con apego y sin un verdadero propósito. Es apenas un débil estimulo incapaz de mover una partícula de polvo.

Sin embargo la conciencia tiene el poder de crear mundos.

Esto significa que podemos desear y obrar libremente, sin depender ni identificarnos con un resultado, con confianza en nuestra naturaleza y posibilidades, que son universales.

La intención se proyecta hacia el futuro, pero la atención está ubicada en el presente.
Mientras la atención esté en el presente, la intención dirigida hacia el futuro se cumplirá porque el futuro se crea en el presente. El presente es la semilla del futuro. El futuro ya existe en el presente.
Y este presente es la actualización de causas pasadas. Por eso con nuestros pensamientos y acciones, podemos influir en todas las direcciones del tiempo y del espacio.
El pasado, presente y futuro coexisten en este mismo instante.



Hay que saber aceptar, asumir el presente tal como es. De esta forma, con el deseo y la intención, podemos sembrar nuevas semillas, de cara al futuro. Instalando nuevos programas, útiles y actualizados, que nos permitan realizar lo que queremos y vivir en plenitud. Sin arrepentimientos ni culpas, eliminando pensamientos negativos, programas parásitos y softwares malintencionados.

El pasado, el presente y el futuro son propiedades de la conciencia

El pasado es memoria; el futuro es posibilidad; el presente es atención.
El tiempo es el movimiento de la conciencia.

Tanto el pasado como el futuro nacen en la imaginación; solamente el presente, que es conciencia, es real y es eterno. Existimos en este presente, que incluye al pasado y al futuro.
Ahora y aquí encontramos el campo de infinitas posibilidades.
Cuando la conciencia se libera de la carga del pasado y de la preocupación por el futuro, la acción en el presente se vuelve creativa y total.

La intención actúa como catalizadora de la mezcla correcta de materia, energía y sucesos espacio-temporales para crear cualquier cosa que deseemos. Es información que enviamos al campo y que modifica la geometría del espacio-tiempo.

Si tenemos conciencia del momento presente, los obstáculos imaginarios – que representan la gran mayoría de los obstáculos percibidos - se desintegran y desaparecen. El resto de nuestras dificultades reales se transforman en oportunidades, gracias a otra de las cualidades de la conciencia: el foco.

La intención focalizada es la atención que no se aparta de su propósito. Lo que significa estar enfocados, o sea, manteniendo nuestra atención en el presente, con un propósito inflexible y eliminando cualquier obstáculo que se interponga y nos desvíe de nuestro propósito.

La atención y el propósito aportan serenidad y motivación, y esta combinación se vuelve poderosa y muy eficaz.



martes, 22 de abril de 2014

La naturaleza de la experiencia mental



La conciencia y el citoesqueleto

En el nivel fundamental de la realidad física, los componentes de la materia no son materiales en absoluto. Son más bien ondas de posibilidades en estado de superposición, que colapsarán o se reducirán en un determinado cuerpo o geometría espacio-temporal al interaccionar con la consciencia del observador.

La información y la energía existen como campos de ondas fluctuando en equilibrio hasta que irrumpe la observación consciente y entonces se particulariza en una determinada realidad con su propia geometría y coordenadas espaciotemporales.
  
En los niveles fundamentales, que es el mundo que trata de describir la física cuántica, la energía y la materia se transforman sin cesar y se comportan de manera opuesta a lo que estamos habituados a percibir como “real”. 
Las partículas aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer, pero en otro lado (con lo cual no se puede estar seguro que sean las mismas, a esta propiedad se la llama principio de incertidumbre).
Otra característica del nivel cuántico es la dualidad onda-partícula de los átomos y sus componentes. Mientras que un sistema cuántico como un átomo o una partícula subatómica como el electrón, permanezca aislado de su entorno, se comportará como una "onda de posibilidades" y existirá en un estado de superposición de muchos estados posibles.

Hay algunas peculiaridades en el comportamiento de los sistemas a nivel cuántico, como ser la coherencia cuántica, relacionada con los estados en superposición, y el colapso de la información o reducción de la función de onda, que son esenciales para la manifestación de la experiencia consciente.
Todo indica que estos procesos se producen en el citoesqueleto de las células nerviosas en el cerebro, más precisamente en los microtúbulos.


Si bien no es posible “objetivar” o dar una demostración “cientifica” sobre la experiencia consciente, la percepción interior, la voluntad, la intuición y otras habilidades cognitivas superiores, etc., podemos tratar de comprender los mecanismos que permiten que seamos conscientes y las estructuras involucradas en el proceso.
Este es el objetivo del presente trabajo.
 
citoesqueleto
Partimos de la premisa que cada célula es una unidad de conciencia, es decir, la célula tiene un nivel fundamental de conciencia que le permite interactuar dinámicamente con su entorno: nutrirse, multiplicarse, cumplir sus funciones, adaptarse a los cambios y defenderse.



Cada célula “sabe” lo que debe hacer, lo que necesita y lo que no…

Nuestro cuerpo es especialista en supervivencia y adaptación al medio

…y esto solo es posible si hay una conciencia fundamental que se mueve y lo anima. Es el fundamento de la capacidad curativa del cuerpo y del desarrollo del poder personal.

El universo y toda la Creación, cada cosa que existe, cada partícula, tu cuerpo mismo, es la misma conciencia, vibrando y manifestándose de infinitas maneras. El Espíritu es unidad y no hay nada más que esto, lo impregna todo, variando sus grados de manifestación, desde la tenuidad más sutil hasta la materia más densa.

La experiencia consciente es una propiedad básica de la realidad física



Cualquier forma de vida, desde un simple unicelular hasta un organismo complejo, incluye un grado fundamental de conciencia. Incluso las partículas elementales, como el fotón o el electrón, tienen su nivel de conciencia y por lo tanto reaccionan a los movimientos de la mente.



El universo es conciencia viva

La conciencia no está limitada al cerebro, pero es en el cerebro donde emergen los procesos mentales y se integra toda la información recibida para elaborar una respuesta. El cerebro es el proyector de la realidad. Toma la información, la clasifica, la integra y listo: ¡luz, cámara…acción!

Captamos un estímulo, ya sea mecánico, por los receptores en la piel, o lumínico por la vista o una onda sonora captada por el oído, Los receptores de la membrana celular traducen la información en impulsos eléctricos que son conducidos por los nervios correspondientes hasta áreas determinadas del cerebro, ya sea la corteza visual (occipital), la auditiva (temporal) o la somatosensorial (parietal). Estas a su vez están interconectadas con otras zonas y núcleos cerebrales que integran y modulan la respuesta, como el tálamo, el cerebro medio y el tronco encefálico.

 Lo que vemos no es lo que ven los ojos, sino la imagen que se forma en el lóbulo occipital y que luego es interpretada, clasificada y de acuerdo a la naturaleza del estímulo se elabora una respuesta (motora, glandular, emocional, mental, etc.)

Lo mismo pasa con los estímulos dolorosos, antes de ser percibidos como tales en la corteza sensorial pasan por un filtro de conexiones cerebrales en el tálamo, el cual a su vez está conectado con el sistema límbico, que presenta estructuras como el hipotálamo, hipocampo y la amígdala cerebral que se encuentran relacionadas con la memoria y la respuesta emocional  (miedo, placer), también hay conexiones con el sistema neurovegetativo (respuesta visceral: sudoración, secreción,  taquicardia, vasodilatación, temperatura, etc.).


Luego de la toma de conciencia (experiencia consciente) y la valoración que hacemos del fenómeno, aparece la reacción o la respuesta, que guarda estrecha relación con la educación, el condicionamiento, las experiencias previas y las características de cada individuo.

La mente y la materia cambian incesantemente, aunque el cuerpo físico lo hace a una velocidad más lenta.


Todo lo que percibimos existe en relación de interdependencia con todo lo demás.
Nada existe por si mismo o por separado.

Al observar con claridad que estos componentes de la "realidad", son impermanentes y sin sustancia, disminuye el apego al mundo físico y a las emociones, y nos permite controlar y equilibrar las ilusiones y el sufrimiento.
Se dice sin sustancia, para resaltar el hecho que no poseen una naturaleza fija o inmutable. La sustancia verdadera del universo es la mente. En otras palabras:


Lo único que genera materia en el universo es la conciencia




 El pensamiento consciente emerge de procesos subconscientes

El pensamiento puede manifestarse porque a nivel cuántico se produce una reducción de los estados en superposición, o sea, todas las posibles realidades no manifestadas, colapsan en un único estado, lo que da como resultado la manifestación de un evento o experiencia consciente.

Colapsa (se reduce) la función de onda y aparece (se particulariza) el fenómeno a nivel consciente.
Esta reducción o colapso permite traspasar un umbral, por debajo del cual no se es consciente y luego si, aunque de solo una de las tantas posibilidades.
La transición entre el subconsciente y el consciente es muy sutil y depende de muchos factores.

La conciencia individual es limitada y condicionada. El inconsciente, que es parte de la conciencia universal en si misma, representa el océano de potencialidad infinita, todas las posibilidades superpuestas y no manifestadas.

Es interesante, porque esta descripción de los procesos mentales nos permite comprender que el pensamiento es simplemente una actividad de células especializadas en el cerebro. No es “real”. Es un efecto repetido. Es incompleto. Son cargas eléctricas moviéndose en busca del equilibrio perdido.

La naturaleza del pensamiento es vacuidad

El pensamiento es el resultado de la reducción, en los niveles fundamentales, de múltiples posibilidades en una sola. Esta actividad electroquímica es expansiva, genera ondas y reverberaciones que activan otras zonas del cerebro y la memoria, creando una corriente de pensamientos o flujo de conocimiento.

El pensamiento que emerge en el consciente, es decir en el plano físico de la realidad, ya fue modelado y condicionado en los niveles más profundos por los programas instalados previamente. En este punto cabe preguntarse ¿Quién soy en realidad? ¿Soy en verdad esto que pienso? ¿Soy la causa o el efecto?

Para que el pensamiento no sea condicionado y tendencioso debe ser negado, filtrado y clarificado mediante el no pensamiento, la no conciencia.
El no pensamiento interrumpe la secuencia incesante de la actividad consciente.
Permite que los sistemas recuperen el estado de coherencia cuántica, disminuyendo las reducciones (eventos conscientes) y por lo tanto la actividad mental.

Si comprendes el principio de polaridad de todas las cosas, verás con más claridad que  la actividad debe ser neutralizada o equilibrada con la no actividad, el silencio, cero.

El pensamiento que surge de esta no actividad, de este punto cero, es claro y puro y puede volver a desaparecer sin dejar huellas, es decir no forma parte de una secuencia o encadenamiento de pensamientos. No es reactivo ni es un efecto repetido o la reverberación de una onda pasada.

A este nivel de conciencia se lo llama pensamiento absoluto, conciencia cósmica, el pensamiento de Buda, mente unificada, etc. En el Zen se lo llama hishiryo: más allá del pensamiento.
El silencio interior es el punto de partida y llegada, es el punto cero.

¿Como ser consciente de la no conciencia? ¿Cómo pensar sin pensar? ¿Cómo puedo trascender mi pensamiento ordinario?

Zazen es la respuesta.




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sábado, 5 de abril de 2014

Intercambio rítmico balanceado




El universo vibra y lo hace con ritmo y armonía

El hecho más evidente de la naturaleza es que repite sus movimientos en reversa generando ciclos pulsantes de ida y vuelta. Es un movimiento pendular, que va y viene, cambiando alternativamente su polaridad.

Es muy extraño que la ciencia, con todos sus supuestos avances y parafernalia tecnológica nunca haya observado esta que es la más evidente de todas las características de la naturaleza.
La ciencia describe un universo de una sola dirección, tal es la teoría del Big Bang: que intenta explicarnos mediante cálculos complicados y matemáticas ilusorias, un universo solo en expansión. Pero tal cosa no existe en la naturaleza. Le falta la otra mitad del ciclo para que la descripción se acerque a lo real. Si algo se expande debe forzosamente tener su contraparte que lo equilibre, o sea, la contracción.

Cada ciclo de la naturaleza es un intercambio rítmico equilibrado de ida y vuelta entre pares de condiciones opuestas. Ese intercambio balanceado entre los polos positivo y negativo de este universo de ondas eléctricas constituyen su latido y su respiración, que también son cíclicos, de lo contrario no continuaría. Y para que sea cíclico debe alternar su polaridad rítmicamente.

El ritmo es movimiento sincronizado

El proceso en el que muchas vibraciones no sincronizadas entran en un movimiento sincronizado, es así: primero una se sincroniza con otra, y luego a un ritmo cada vez más rápido, los demás entran en acción simultánea con la primera unidad.

La naturaleza está siempre trabajando en la construcción y la destrucción, la creación y la aniquilación, manteniendo todas sus creaciones en movimiento, girando y fluyendo, en un intercambio rítmico y balanceado, vibrando de una hermosa forma en otra, manteniendo el orden y la armonía que crean la música eterna del universo.

El principio subyacente de la Creación es el intercambio rítmico y equilibrado entre  todas las interacciones en la Naturaleza. Es el único principio sobre el cual la continuidad del universo depende. Así mismo, es el principio sobre el cual dependen la continuidad de las acciones del ser humano, su salud, su felicidad y su creatividad.

Es la manifestación de dos deseos opuestos en la mente Creadora que se aplica por lo tanto a  todos los procesos de creación.
Este principio de intercambio equilibrado rítmico entre la energía masculina y la femenina, entre el Yang y el Yin, es fundamental en todas las cosas que se crean.



La ley de la armonía es el intercambio equilibrado rítmico entre todas las cosas. Tras la ley de intercambio armónico, todo este universo de reciprocidad está motivado con tanta precisión en su equilibrio que los astrónomos, por ejemplo, pueden calcular las posiciones y trayectorias de los planetas y estrellas con exactitud.
Todo se mueve porque todo vibra. Esta vibración es luz en movimiento. La luz que se mueve es luz dividida en busca de equilibrio. La luz, al igual que toda creación, tiene dos polos opuestos y complementarios, que se juntan y se separan con ritmo y armonía, alternando equilibrio y desequilibrio, solo así es posible el movimiento y la creación.

Estos dos polos, positivo y negativo, podemos llamarlos: la luz padre (roja) que genera la gravitación (sintropía) y la luz madre (azul) que engendra la radiación (entropía).

La gravitación tiende al orden mientras que la radiación genera desorden

Estas dos fuerzas son las encargadas de mantener el intercambio rítmico y armónico entre todas las cosas. Su alternancia crea el latido y la respiración del universo.

Este intercambio siempre mantiene el equilibrio. Los pares de opuestos se separan e intercambian sus polaridades en un movimiento pendular rítmico.



El universo es un compensador de doble sentido (ida y vuelta), expresando un continuo y eterno equilibrio absoluto en cada efecto de movimiento.

La generación es igual o equivalente a la radiación, la compresión es igual a la expansión, la mitad roja del espectro es igual a la mitad azul, la materia sólida equilibra el potencial de su espacio circundante en todos los campos de la onda, y cada polo de cada par no solamente se equilibra con su opuesto, sino que nace de su opuesto a través del intercambio secuencial y rítmico.
Y esto es posible porque lo que llamamos “opuestos” comparten la misma naturaleza solo que difieren en sus cargas o tendencias.

Todo lo que percibimos con nuestros sentidos es movimiento, desigualdad, desequilibrio. Es el efecto repetido de manera secuencial.
No podemos percibir la esencia ni el alma de las cosas, porque lo esencial es equilibrio, es no movimiento, es silencio, está más allá del pensamiento y de la forma.

Lo esencial no se capta con los ojos
Los sonidos de la naturaleza se registran con todo el cuerpo

Por esta razón nos equivocamos y malinterpretamos lo que captamos con nuestros sentidos. Tomamos como real el efecto que percibimos, sin considerar que es un reflejo, una reverberación, una manifestación pasajera y relativa.

 

Lo que percibimos con los sentidos es el movimiento de la luz, que se divide para tal fin en dos polos opuestos pero relacionados.

Aunque la luz en realidad no mueve, es unidad. Fundamentalmente es equilibrio. Ocupa todo el espacio. En realidad no hay nada vacío, el espacio está lleno de energía y conciencia.

Nuestro universo humano es una proyección generada por nuestros sentidos limitados.
La luz que podemos ver y con la que creamos nuestro mundo físico relativo, está condicionada por la estrecha percepción de nuestros sentidos.

La música que podemos oír y conceptuar está confinada dentro de los límites de nuestros sentidos físicos.

Por eso, para comprender la verdadera naturaleza de todas las cosas y poder oír y entender su música, hay que trascender los límites impuestos por los sentidos.

Para seguir el ritmo y la armonía de la música cósmica debes sintonizarte con tus planos superiores y con la alta frecuencia del amor incondicional


La música de las esferas

Pitágoras afirmaba que el modelo para la creación del universo estaba basado en el uso de las proporciones musicales. Según su creencia y la de muchos sabios de la antigüedad, los cuerpos celestes producían sonidos que al combinarse formaban la llamada música de las esferas.
Para Pitágoras y otros maestros, como Platón, la música era la ciencia de la armonía. La armonía podía ser entendida como el orden de los sonidos y también como el orden divino del cosmos; entre estas dos armonías había una relación. 

Pitágoras consideraba que la esencia última de la realidad se expresaba a través de números. Los números eran el medio para percibir lo que de otra forma podría permanecer inalcanzable tanto para el intelecto como para los sentidos. A Pitágoras se le ha atribuido el descubrimiento de las proporciones de los principales intervalos de la escala musical.
Las distancias entre los planetas o esferas, tenían las mismas proporciones que existían entre los sonidos de la escala musical que eran considerados entonces como "armónicos" o consonantes. Cada esfera producía el sonido que un proyectil hace al cortar el aire. Las esferas más cercanas daban tonos graves, mientras que las más alejadas daban tonos agudos. Todos estos sonidos se combinaban en una hermosa armonía: la música de las esferas



Para su concepción del universo y escribir sus leyes, Kepler se basó en los escritos de Platón y en el sistema de Copérnico que planteaba que el Sol era el centro en torno al cual giraban los planetas. Kepler postulaba que el modelo del universo estaba basado en la geometría y que entre las órbitas de los seis planetas conocidos (Saturno, Júpiter, Marte, Tierra, Venus y Mercurio) estaban inscritos los cinco sólidos perfectos mencionados por Platón (tetraedro, octaedro, cubo, dodecaedro e icosaedro). 

Kepler estudió cuidadosamente las órbitas de los planetas para establecer una relación entre el movimiento de estos cuerpos celestes con la teoría musical de la época. Finalmente postuló que las velocidades angulares de cada planeta producían sonidos armónicos y escribió seis melodías: cada una correspondía a un planeta diferente. Al combinarse, estas melodías podían producir cuatro acordes distintos, siendo uno de ellos el acorde producido en el momento de la creación y otro el que marcaría el momento del fin del ciclo.

Vemos que antaño, la ciencia y el arte no estaban separados. La música, la matemática, la alquimia y la metafísica eran parte de un mismo conocimiento.



El ser humano de la actualidad ha perdido esta forma armoniosa y natural de percibir al universo en el que vive.
La ciencia y la religión se encargaron de que así sucediera, encerrando poco a poco a las personas en prisiones de percepción, de categorías y prejuicios, creando una realidad material, carente de ritmo y armonía.

Esta es la paradoja del ser humano moderno, como hacer para plasmar y realizar en su vida lo que no es humano, o mejor dicho, los planos de existencia que están más allá de su percepción ordinaria y que no pueden ser “objetivados” ni demostrados por la ciencia, por más avanzada que pretenda ser.

¿Es posible trascender los límites de nuestra comprensión ordinaria y sintonizarnos con nuestros planos superiores?

¿Como hacer para armonizar nuestra vida humana con el ritmo y la armonía del universo?

¿Cómo puedo ser creativo y no un simple repetidor o una mala copia?

La manera de comenzar es siempre a partir del equilibrio y el silencio interior. Esto es, volver al punto cero.



A partir de tu centro puedas crear tu música, tu sabiduría y tu propia vida

La realidad física que percibimos, es decir nuestro mundo cotidiano de objetos, personas y eventos, está ligado a nuestra mente consciente, es una creación del cerebro izquierdo y de la secuencia de pensamientos que brotan de la incesante actividad electroquímica de su corteza (en particular frontal), de ahí que la realidad proyectada sea fundamentalmente material y se base en conceptos, palabras y una lógica separatista e individualista.

Pero esta pequeña parte de cerebro que toma la dirección y gestiona las respuestas, no es precisamente la que entiende de ritmo y de armonía. Su comprensión de las cosas es intelectual y arbitraria, es monofónica y tridimensional (en el mejor de los casos), pero le falta musicalidad, polifonía, profundidad, no sabe relacionarse con el espacio ni con el silencio y por lo tanto no percibe otras dimensiones.

Es la otra mitad (el hemisferio derecho) la que se encarga de percibir la totalidad y entiende de armonía, de ritmo y creatividad. Pero le cuesta hablar y escribir y no se interesa por los aspectos individuales ni por los detalles.

Para poder expresar lo que percibe, debe pasar la información al hemisferio izquierdo y aquí se produce un “cuello de botella”, se reduce la información, se ralentiza, se selecciona, se categoriza y se elabora una respuesta más o menos lógica, que debe encajar dentro de las estrechas paredes de nuestro cómodo y archiconocido mundo 3D.

Es como escuchar una sinfonía de Mozart o los sonidos del amanecer, no es necesario pensar, escuchas con la totalidad de tu ser, te impregna por completo, luego si quieres contar tu experiencia y detallar los sonidos, tal o cual instrumento o explicar tu sensación, se reduce de dimensión, se estrecha, se pierde la polifonía, la armonía y seguramente el ritmo.

La mayoría de las personas en la sociedad actual presenta una atrofia del cerebro derecho, esto es gracias a la educación moderna, a la cultura y los medios de comunicación, al exceso de dispositivos (celulares, ordenadores, TV) y la falta de comunión con la naturaleza.

 

Es por eso que nuestra sociedad carece de musicalidad y en un sentido más amplio, de arte. Es egoísta, materialista y repleta de leyes, de conceptos y de tecnología (que, paradójicamente, contribuye a separar aún más  a las personas).

Si comparamos el cerebro promedio con un ordenador, podemos decir que además de tener fragmentada la información, muchos están llenos de virus informáticos y sus procesadores funcionan muy lentos y mal.

Si lo comparamos con una orquesta, aquí se pone peor, ya que sus cerebros  no producen música sino ruido, disonancias, arritmias, carecen de dirección y el primer violín está siempre desafinado. Lo más grave es que muchos ni se dan cuenta y cuando lo hacen es porque el impacto en el cuerpo físico y en su salud es grave o duele.



Basta con observar como son educados los niños y jóvenes en las escuelas. Se los llena de conceptos y límites arbitrarios, de “conocimiento serio”, pero no se les inculca la música, ni el arte ni el amor a la naturaleza ni a los demás, obvio, gente así no sirve en este sistema materialista y antinatural, de trabajo y ambición. Una fábrica de muñecos sin corazón.

El ritmo y la armonía de la vida provienen del corazón

La verdadera música se escucha y se ejecuta con el corazón. No es una cuestión intelectual, sin corazón no hay ritmo ni armonía, falta el compás y la emoción, y si no hay emoción ni ritmo ni armonía, no tiene alma y por lo tanto no es música.

En la medida en que puedas extender la belleza y la armonía de tus ritmos y melodías de tu imaginación al instrumento que ejecutas o a cualquier obra que hagas, estas se volverán creaciones espirituales y verdaderas obras maestras de arte.

La medida de la calidad de tu interpretación material reside en tu capacidad espiritual para armonizarte y traducir las formas y ritmos del orden cósmico, y a su vez, estas servirán de inspiración a muchos otros.

Estas vibraciones armónicas contribuyen a la elevación espiritual y a la evolución del ser humano

La clave es el equilibrio. Se trata de aplicar el intercambio rítmico y balanceado entre todos nuestros aspectos. Armonizarse con los ritmos naturales. Encontrar la calma mental y desarrollar la percepción, la intuición y la musicalidad.



El silencio te enseña
La música te enseña
Los sonidos de la naturaleza te enseñan
La mirada interior te enseña