¿Qué valor tiene la vida?
¿Vale algo nuestra existencia?
¿Por qué tememos perder y morir?
Para empezar debemos tener en claro que es la vida y la existencia.
¿Vale algo nuestra existencia?
¿Por qué tememos perder y morir?
Para empezar debemos tener en claro que es la vida y la existencia.
Parece simple y hasta obvio, pero ¿Qué valor tendría una existencia impermanente constituida en un 1% por materiales reciclables y el 99% restante vacío?
Todo depende del nivel en el que nos situemos para observar.
Desde el punto de vista del universo, la vida y la muerte, no existen. Solo existe la transformación, la alternancia de ciclos. La energía no puede ser creada ni destruida, solo transformada. No nace ni muere. Está fuera de la ilusión del tiempo y del espacio.
Somos en esencia la conciencia misma del universo, surgimos del océano de potencialidad infinita, somos un condensado de energía e información
¿vale algo esto?.
Vivimos en un universo de abundancia, cada punto del espacio contiene la posibilidad de crear universos. La vida surge a cada instante y la muerte completa el ciclo. Una danza sin fin.
Vivimos en un universo de abundancia, cada punto del espacio contiene la posibilidad de crear universos. La vida surge a cada instante y la muerte completa el ciclo. Una danza sin fin.
Pero si algo no muere ¿Cómo puede nacer?
Si fundamentalmente estamos hechos de energía e información indestructibles, ¿Qué parte nuestra es la que nace y muere?
Es interesante, porque desde que empezamos a tener conciencia de nosotros mismos, comenzamos a quedar atrapados en esta imagen que vamos creando, que a medida que crecemos se va enriqueciendo con información y experiencias y forma un verdadero holograma en 3D con vida propia (ver: la naturaleza holográfica de la realidad).
Si queremos tocar un holograma no es posible, este no existe, es solo una proyección, da la impresión de ser real, pero no lo es.
Si fundamentalmente estamos hechos de energía e información indestructibles, ¿Qué parte nuestra es la que nace y muere?
Es interesante, porque desde que empezamos a tener conciencia de nosotros mismos, comenzamos a quedar atrapados en esta imagen que vamos creando, que a medida que crecemos se va enriqueciendo con información y experiencias y forma un verdadero holograma en 3D con vida propia (ver: la naturaleza holográfica de la realidad).
Si queremos tocar un holograma no es posible, este no existe, es solo una proyección, da la impresión de ser real, pero no lo es.
Experimentamos la materia y el mundo físico, pero estos en esencia no son sólidos ni objetivos, es decir, no tienen sustancia propia ni existen por si mismos.
Esto es lo que nos dice la ciencia actual y las antiguas enseñanzas espirituales: "Todo lo que conocemos del mundo cotidiano no es más que una interpretación y una proyección que hace el cerebro". Este recibe millones de bits de información en un segundo, los organiza en un holograma que luego proyectamos hacia el exterior.
Cuando dirigimos la mirada a la raíz, a la esencia de nuestra existencia, todo se disuelve, ya no existen los objetos por separado si no la relación entre ellos, el tiempo y el espacio desaparecen.
Las únicas realidades que conocemos son las que fabrica nuestro cerebro.
Cuando dirigimos la mirada a la raíz, a la esencia de nuestra existencia, todo se disuelve, ya no existen los objetos por separado si no la relación entre ellos, el tiempo y el espacio desaparecen.
Las únicas realidades que conocemos son las que fabrica nuestro cerebro.
Todas las categorías y conceptos que usamos para describir lo que percibimos, solo existen en nuestro cerebro.
Por esto es que la educación que recibimos como individuos es determinante en el momento de percibir y crear nuestra realidad.
La educación moderna se basa en el bombardeo del hemisferio izquierdo con conceptos y nociones abstractas, produciendo un desarrollo excesivo de este en detrimento de la parte derecha. El cerebro izquierdo es el que separa para comprender. Aísla los objetos, conceptualiza, crea categorías y clasifica. Representa el lado masculino, la individualidad, la razón y la palabra, el tiempo, el sujeto separado del objeto.
El cerebro derecho es el que nos permite sentirnos unidad con todo lo demás. Representa el lado femenino. Es holístico y silencioso, no hace categorías ni separa, representa la intuición, el arte, nos relaciona con el espacio. El sujeto y el objeto no están separados.
El fracaso de esta forma de educación es que forma individuos aislados, con capacidad para percibir un universo conceptual, repleto de nombres y categorías, donde el sujeto está separado de todo lo demás, incluso de si mismo.
Hay científicos, médicos especialistas, profesores, políticos y profesionales, algunos muy destacados e incluso premiados, que solo funcionan con su hemisferio izquierdo, es decir con la mitad de sus cerebros. ¡Increíble!
Es obvio que en ese universo creado por el cerebro izquierdo es muy fácil sentirse perdido, aislado, solo y desequilibrado. La realidad que se genera es siempre dual y contradictoria. Limitada. Únicamente se percibe el lado material y objetivo de la vida. El hacer, producir, ganar y acumular.
Con este estado mental, todo lo que percibimos se convierte en objeto: las personas pasan a ser objetos (que se pueden poseer, manipular, decorar, comprar, perder, etc.), las relaciones se vuelven un objeto, la felicidad, la salud, la educación, incluso nosotros mismos nos convertimos en un objeto de nuestra percepción ilusoria.
Aquí el valor de la vida está en función de las posesiones. En este nivel de vibración se gana y se pierde. Solo hay nacimiento y muerte. Fijamos el valor de la vida por lo que tenemos y no por lo que somos.
Con este estado mental, todo lo que percibimos se convierte en objeto: las personas pasan a ser objetos (que se pueden poseer, manipular, decorar, comprar, perder, etc.), las relaciones se vuelven un objeto, la felicidad, la salud, la educación, incluso nosotros mismos nos convertimos en un objeto de nuestra percepción ilusoria.
Aquí el valor de la vida está en función de las posesiones. En este nivel de vibración se gana y se pierde. Solo hay nacimiento y muerte. Fijamos el valor de la vida por lo que tenemos y no por lo que somos.
Pero si somos en esencia conciencia infinita y estamos conectados con todo el universo, ¿vale algo la vida? ¿Cómo medimos su valor?
Muy simple: nuestra vida no vale nada, porque en esencia somos nada, o todo, que es lo mismo. Somos pura potencialidad infinita. Imágenes en pequeño del universo mismo.
Cuando estamos aislados y funcionando con nuestra personalidad limitada e ilusoria, aquí es cuando tenemos la sensación de que la vida vale algo, y tememos perderla, o fracasar o estar solos y sufrir.
Muy simple: nuestra vida no vale nada, porque en esencia somos nada, o todo, que es lo mismo. Somos pura potencialidad infinita. Imágenes en pequeño del universo mismo.
Cuando estamos aislados y funcionando con nuestra personalidad limitada e ilusoria, aquí es cuando tenemos la sensación de que la vida vale algo, y tememos perderla, o fracasar o estar solos y sufrir.
El verdadero valor de la vida es la posibilidad de experimentar concientemente nuestra naturaleza universal e infinita, el ser auténtico y real. El ser es experiencia.
Nacer con forma humana es algo único, un raro momento que pasa en un abrir y cerrar de ojos. No hay nada fuera de nosotros que pueda determinar el valor de nuestra vida.
No hay nada que perder, ni siquiera tiempo, solo existe este momento, ahora y aquí para realizar nuestra vida en plenitud, sin miedo, sin conseciones.
No hay nada que perder, ni siquiera tiempo, solo existe este momento, ahora y aquí para realizar nuestra vida en plenitud, sin miedo, sin conseciones.
Las posturas y actitudes que tomemos nos ayudan a encontrar el equilibrio. (ver: zazen)
Cuando estamos equilibrados, alineados, y sintonizamos con el “gran espíritu”, con la conciencia única que conecta todo en el universo, cuando permitimos que se manifieste nuestra auténtica naturaleza, sentiremos fácilmente la conexión con todos los seres y con todo lo que nos rodea, y sentiremos la vida en todas partes.
Cuando estamos equilibrados, alineados, y sintonizamos con el “gran espíritu”, con la conciencia única que conecta todo en el universo, cuando permitimos que se manifieste nuestra auténtica naturaleza, sentiremos fácilmente la conexión con todos los seres y con todo lo que nos rodea, y sentiremos la vida en todas partes.
En ese momento podemos comprender que nuestra vida no es más ni menos valiosa que cualquier otra, simplemente porque en esencia somos uno.