Como hemos visto anteriormente, la información en el microscópico mundo cuántico puede viajar hacia
atrás en el tiempo, mientras que en el nivel macroscópico de la realidad cotidiana,
la información solo puede seguir la vía clásica, es decir, del pasado al
futuro.
Debido a una “particularidad” de la percepción, el mundo que
experimentamos nos parece objetivo y concreto, separado de nosotros, y además tenemos
la impresión de que el tiempo transcurre, lo que nos da una sensación de
continuidad y la ilusión de que la vida “va pasando”.
Sin embargo la solidez de la materia es debida a la altísima frecuencia en la
que vibran los átomos y a que sus partículas constituyentes, como el electrón,
el protón o el neutrón, son fermiones.
¿Qué es un fermión?
En el modelo estándar de física de partículas los fermiones se consideran los constituyentes básicos de la materia, que interactúan entre ellos por medio de los bosones.
El fermión es uno de los dos tipos básicos de partículas que existen en la naturaleza (el otro tipo son los bosones, como el fotón).
Los fermiones son de dos tipos: los constituyentes del núcleo atómico como los protones y los neutrones ( que a su vez están compuestos de partículas más pequeñas: los quarks) y los electrones, que orbitan el núcleo.
El fotón es un tipo de bosón. Los bosones no tienen masa y por eso no pueden formar materia (la luz es inmaterial), son vehículo de energía e información.
La materia ordinaria está básicamente formada por fermiones y a ellos debe prácticamente toda su masa.
El principio de exclusión de Pauli obedecido por los fermiones es el responsable de la "impenetrabilidad" de la materia ordinaria, que hace que esta sea una substancia extensa. El principio de Pauli también es responsable de la estabilidad de los orbitales atómicos, lo que permite la complejidad de los procesos químicos.
Este principio establece que en un mismo sistema dos fermiones no pueden tener un mismo estado cuántico y también que dos electrones en la corteza de un átomo no pueden tener al mismo tiempo los mismos números cuánticos.
Esta asimetría genera las características de la materia.
A diferencia de los fotones, que pueden estar en un mismo estado cuántico de partícula, como en el láser, que es un haz de luz coherente (no diverge como la luz blanca), ya que una multitud de ellos pueden estar en estado de superposición.
Los fotones pierden su individualidad pero no su información.
La memoria, que nos permite aprender y seleccionar, conecta los momentos
y rellena los espacios, aunque generalmente se mezcla con la imaginación, con falsos
recuerdos y otras informaciones. Nos brinda continuidad mental, pero
inevitablemente nos hace vivir en el pasado y muchos de los recuerdos que nos
parecen “vívidos” corresponden a fabricaciones mentales, un collage de
información retocada y ensamblada, que probablemente no coincide con los hechos
tal cual fueron.
Somos vehículo de experiencias y de información, sin esta aparente
solidez y continuidad de nuestra realidad física nos sería imposible realizar
una experiencia individual y consciente e interactuar con el entorno.
Pero la otra cara de la moneda, y esto hay que tenerlo en cuenta, es
que la realidad que percibimos corresponde solamente a una descripción. Las
cosas no son lo que parecen.
Todo se pasa dentro del
cerebro
El cerebro se encarga de ordenar y gestionar la información y en
consecuencia proyectar una realidad, como un holograma perfectamente diseñado que
modela la geometría del espacio-tiempo. Una imagen en 3D densa y persistente, (o
4D si agregamos el tiempo).
Otra habilidad del cerebro es
la de hacernos creer que lo que percibimos sucede afuera.
Pero el niño que vemos jugando o el sonido del pájaro que canta,
suceden dentro del cerebro. Son construcciones producto de la actividad
neuronal, afuera solo hay bits de información y campos de energía. Señales y
patrones de interferencia que son decodificados e interpretados por nuestro
procesador central.
La mayor parte de la información que gestiona el cerebro se encuentra fuera del mismo, o
sea, en el campo. La interacción
entre ambos es continua, de hecho no hay separación.
Las variaciones en uno generan una reacción en el otro.
Verdaderamente somos modelados y controlados por el campo, del
cual surgimos. Algunos llaman a este campo: el mar de potencialidad infinita.
Cuando nos damos cuenta de este hecho, el espacio deja de estar
vacío y se vuelve consciente, vivo, una extensión de nuestro ser.
En esencia, nuestro mundo de personas, objetos y situaciones concretas,
corresponde en verdad a una dinámica de flujos y condensaciones de energía e
información que el cerebro traduce, interpreta y selecciona, según su
programación, para luego proyectar una realidad (entre tantas).
Una realidad que se nos presenta bien concreta, duradera y a veces
dolorosa, pero que tiene la misma solidez que un sueño.
Van Gogh - Starry night
Estos infinitos campos de energía vibran en diferentes frecuencias
y crean los múltiples niveles de la realidad.
La película de la vida
Lo que percibimos nos parece “real” debido a la habilidad del cerebro
de captar y seleccionar determinados campos de energía e información y
proyectar una realidad “humana” concreta, con tanta eficacia que tendemos a creer
que lo que percibimos tiene existencia propia (particular) y separada de
nosotros.
Sujeto y objeto por separado.
Así también nos percibimos: como organismos particulares,
individuales y aislados.
Cuerpos físicos con ideas, sentimientos y una historia personal.
Vemos la particularidad, la materialidad, nuestro lado individual pero
no el lado interconectado e interdependiente.
Estamos condicionados para ver la forma y el reflejo de las cosas
y por eso nos identificamos con ello fácilmente.
Apreciamos las ramas y los frutos pero no consideramos las raíces
y esto, es fuente de error y contradicciones, ya que nos da una visión parcial y tendenciosa de lo que percibimos.
Cuando solo nos quedamos con el reflejo de las cosas y no vemos más allá, la vida se vuelve superficial y condicionada por valores arbitrarios
(educación, modas, hábitos y adicciones, mentalidad, etc.), muchas veces alejados de nuestro
ser biológico.
En los niveles fundamentales solo existe la realidad del perpetuo
cambio y la interconexión. No hay separación. Las cosas no existen por si mismas ni tienen
sustancia propia. No son ni buenas ni malas, ni mejores ni peores. Todo depende de las circunstancias y de los efectos que generen.
Nuestro cuerpo cambia todo el tiempo: tejidos, células, moléculas
y partículas son recicladas permanentemente con el medio. No hay nada que
podamos identificar como propio. Somos parte
del universo, una parte del todo. Una pequeña parte que es reflejo y
expresión del todo, y que de hecho, contiene la información de la totalidad.
Es nuestro lado interconectado, entrelazado con todo lo demás.
Para vivir la vida en plenitud, con salud y felicidad, y acceder a
un nivel superior de conciencia, es importante conocer y experimentar todos los
aspectos de nuestra existencia. Lo que vemos y lo que no vemos. La particularidad
y la interconexión.
Por ejemplo, si decimos que somos una bolsa parlante de piel llena de
huesos y preocupaciones y que además huele y duele, es cierto.
Pero si decimos que somos seres luminosos,
ensamblados con material cósmico imperecedero, conectados con todo y dotados de la misma energía que el sol y las estrellas y la conciencia misma del universo, también es cierto.
No se trata de esto o aquello. Simplemente somos todo al mismo
tiempo.
Solo depende de cual de los aspectos prevalece en nuestra vida, si el ser aislado y sufrido, más bien opaco o el ser conectado, despreocupado y brillante.
Trascender los límites de la realidad cotidiana es fundamental.
Ir más allá de la mente personal y de los propios puntos de vista.
Además de generar confianza y un sentimiento acogedor, el hecho de
trascender la individualidad y ser conscientes de la conexión con todo lo que
percibimos, representa una fuente preciosa de energía e información, que cuando
estamos “aislados” o desconectados no podemos acceder, y así la vida se vuelve
limitada, estrecha y con menos posibilidades.
Cuando se dice: “conócete a ti mismo”, no es solo una frase
intelectual. Hay que volverse íntimo consigo mismo. Conocer su verdadera
naturaleza implica también trascender la percepción ordinaria, y esto incluye al
silencio y la no acción.
La práctica regular de la meditación es esencial. (zazen)
Naturalmente se apaga la actividad consciente, que mantiene a la
conciencia en una determinada frecuencia y nivel, generando siempre la misma
realidad, la misma “particularidad”.
Cuando trascendemos el pensamiento consciente, que es la base de
nuestra individualidad, podemos sintonizarnos con nuestro espíritu universal,
eterno, ilimitado, conectado con todas las existencias.