miércoles, 15 de diciembre de 2010

Más allá de las apariencias


Para comprender nuestra verdadera naturaleza, es necesario abandonar por completo toda idea preconcebida.

Se ha de empezar por descartar la idea de la existencia o de que todo es sustancial, es decir, con sustancia propia o una naturaleza permanente. La noción usual de la vida está basada firmemente en la idea de la existencia.
Para la mayoría, lo que se percibe es real y existe; se piensa que todo lo que se ve y se oye existe tal cual ahi afuera. Desde ya, el pájaro que vemos y oímos existe, pero lo que uno percibe en este instante puede no ser exactamente lo mismo que lo que otra persona percibe.

La comprensión profunda de la vida debe incluir a la vez la existencia y la no existencia. El pájaro existe y no existe al mismo tiempo.
Esta a su vez es una comprobación científica. Los electrones aparecen y desaparecen todo el tiempo. Más allá de los átomos que componen la materia aparentemente sólida, todo existe en una superposición infinita de posibilidades. La esencia de la materia es tan sólida como un pensamiento.

Nosotros mismos aparecimos de la nada, o mejor dicho del “vacío” y un día desapareceremos en esa misma “nada”.
Para el budismo la noción de la vida basada exclusivamente en la existencia es falsa.
Tomar las cosas demasiado en serio, como si tuvieran sustancia propia o permanente, está considerado una ilusión y fuente de error.

La verdadera existencia viene de la vacuidad y vuelve nuevamente a la vacuidad. Lo que aparece a partir de la vacuidad es la verdadera existencia. Hay que atravesar la puerta de la vacuidad para comprender la verdadera existencia.
La existencia incluye a la no existencia.

Existimos y al mismo tiempo no tenemos existencia sustancial.
Esta idea de la existencia es muy difícil de explicar y comprender intelectualmente.

En la actualidad se comienza ya a sentir, por lo menos intuitivamente, la vacuidad del mundo moderno, la contradicción manifiesta de su cultura. Los valores morales y espirituales, e incluso materiales, van cambiando.
Ya esta claro, por lo menos para muchos, que el “sueño americano” se parece más bien a una pesadilla. La ilusión de la realización material se termina, generalmente, pagando caro. Es evidente, la realidad material es densa, limitada, pesada y deja muchos residuos.

Mientras mantengamos una idea definida del futuro o alguna esperanza respecto de éste, no es posible tomar totalmente en serio el momento presente. Se dirá "puedo hacerlo mañana o el año que viene", pensando que algo que existe hoy existirá mañana. Uno se esfuerza, se preocupa e incluso teme las posibles consecuencias de un futuro que ya se da por hecho. Se espera siempre que si se sigue cierto camino, fijado previamente, al final se alcanzará algo prometedor. Pero no hay camino fijo que exista permanentemente. No hay un camino establecido para nosotros. Tenemos que encontrar el propio camino en todo momento. Paso a paso, punto a punto. Y para cada uno es diferente.

Cualquier idea o camino establecidos por otra persona, por muy perfectos que parezcan, no son el verdadero camino para nosotros.
Cada uno debe trazarse su verdadero camino y, una vez trazado, él expresará el camino universal. Éste es el secreto.

No hay un mapa de ruta. Podemos cambiar de dirección cuando sea necesario. Cada punto contiene a la eternidad. Cada momento es único. Esta es la verdadera comprensión.

Cuando se comprende totalmente una cosa, se comprende todo.

Cuando uno trata de comprender todo, acaba por no comprender nada. Lo mejor es entenderse, conocerse a si mismo y así se comprende todo.

Cuando miramos a los demás buscando alguna certificación, o alguien que nos diga que hacer, terminamos perdidos, generalmente subiendo al autobús equivocado.

Pero si uno se esfuerza en trazar su propio camino y deja de lado las apariencias, ayuda a los demás y estos lo ayudarán a uno. Si no conocemos nuestro propio camino, no podemos ayudar a nadie, y nadie puede ayudarnos.

Para ser independientes en el verdadero sentido, hay que descartar todo lo que se tiene en la mente, las ideas preconcebidas, los prejuicios, los hábitos, los miedos y descubrir algo enteramente nuevo y diferente, momento tras momento. Así es como se vive en este mundo.
Por eso la verdadera comprensión proviene de la vacuidad.

Lo importante es hacer regularmente "una limpieza general de la casa". En términos informáticos: desfragmentar la información y eliminar los programas y archivos que no sirven.
Hay que sacar todo lo que se tiene en la mente y limpiarlo bien; si es necesario, puede volverse a poner en su lugar y si no nos sirve más, lo descartamos. También se hace un orden, algunas cosas se pueden reubicar y así tener más espacio para nuevas cosas (ideas, programas, nueva información).
Muchos piensan solo en obtener, en acumular y guardar. Con este tipo de actitud se termina agotado, bloqueado, no queda lugar para nada nuevo y si uno debe buscar algo, en todo ese tumulto de pensamientos, emociones y vieja información, es muy difícil encontrarlo.

Para conocer la verdadera libertad hay que aprender a renunciar. La libertad, es renuncia.

La mayor parte del tiempo se tienen varios pensamientos en la mente, uno tras otro en un flujo incesante. Pero si uno quiere detener el pensar, puede hacerlo, porque no hay nadie sobre nosotros que nos impulse a pensar de una manera. No hay muchas mentes, solo hay una mente, la mayoría del tiempo fragmentada en múltiples actividades, como un mar agitado y lleno de olas. Pero el mar se puede calmar, la agitación puede cesar y las olas desaparecer. Parece difícil, pero con la práctica se vuelve natural.

Por lo tanto, cuando se es capaz de detener la agitación de la mente, se aprecia la sensación del propio esfuerzo. Pero mientras tenemos una idea fija o nos aferramos a alguna manera habitual de hacer las cosas, no podemos apreciar las cosas en su verdadero sentido. Nos falta dimensión.

Cuando se busca la libertad, no se la puede encontrar. La libertad absoluta ya existe antes de que uno pueda obtenerla. Ésa es la esencia de la práctica del Zen.
Nuestro camino no va siempre en la misma dirección. Algunas veces vamos a la izquierda, otras a la derecha. Es como ir remando en un bote. Podemos tomar en una dirección o en otra, depende adonde uno quiera ir. A veces, incluso, podemos dejar de remar y permitir que la corriente nos lleve, soltamos los remos y relajados, disfrutamos del viaje.
Esto es libertad. Sin esta libertad, no es posible concentrarse en lo que se hace.

A veces se siente cierto malestar en lo que se está haciendo. Como uno generalmente está sujeto a alguna idea prefabricada de ir a la izquierda o a la derecha, la actividad enfrenta una dualidad. Aparecen la contradicción y la duda a cada momento.
Mientras se está sujeto a esta dualidad, no se puede ser libre y uno no puede concentrarse en lo que debe hacer, ni disfrutar del momento.

La verdadera libertad, es absoluta, ya existe, no se trata de huir o de luchar como un esclavo.

La libertad no es una aspirina.

El espíritu es libre e infinito por naturaleza, no tiene límites.

La concentración no consiste en esforzarse por observar algo de forma rígida. Por ejemplo, durante la meditación (zazen), si uno trata de mirar un punto fijo, se cansa después algunos minutos. Eso no es concentración. Concentración significa libertad. Por eso el esfuerzo no ha de estar dirigido hacia algo. En todo caso es el tipo de esfuerzo que se olvida, que no deja huellas. Uno debe concentrarse en la nada.
Obviamente cuando tenemos que hacer algo, no hay que dudar, hay que hacerlo y punto, sin dejar huellas ni residuos.

En la práctica de zazen, se suele decir que la mente debe concentrarse en la respiración, pero para mantener la mente en la respiración, lo mejor es olvidarse completamente de uno mismo, simplemente sentarse y sentir la respiración.
Si se concentra en la respiración, uno se olvida de sí mismo; al hacerlo, la mente se concentra en la respiración. Así, pues, en realidad no hay necesidad de esforzarse demasiado por concentrarse en la resplración. De la misma manera que ser libre no es un producto del esfuerzo, es más bién un sentimiento y no un concepto o una idea.
Lo práctico es hacer lo que esté al alcance de uno. Ser natural.
La esencia del ser no es algo que se encuentre fuera de cada uno.

La gran mente lo incluye todo.

Todas las existencias son parte de nuestro espíritu.
Cuando se practica así, finalmente se experimenta la verdadera existencia proveniente de la vacuidad.

El verdadero ser existe más allá de las apariencias.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El tiempo de la transformación


Estamos al final de un ciclo de 12.000 años.
Esto afecta no solo la conciencia sino también a la totalidad de nuestra existencia.

Desde el cuerpo energético al ADN, las emociones, e incluso el cuerpo físico, donde pueden manifestarse una serie de síntomas o trastornos, como fatiga, malestares inespecíficos, insomnio, nerviosismo, aumento de la sensibilidad general, etc., que son en general mal interpretados por la medicina convencional dándole forma de enfermedad, cuando en realidad son manifestaciones de transformaciones profundas.

Es obvio que hay un despertar que está ocurriendo de nuevo. La ciencia comienza a identificarlo.

Ya hace algunos años que se descubrió que el centro del espiral de nuestra galaxia está cambiando su pulso, su resonancia. Más recientemente, el estudio del sol, mediante sondas enviadas y la observación por telescopios revelaron cambios cada vez mayores en su estructura. Su campo magnético está decayendo, esto tiene relación con las manchas solares y con la cantidad de radiación que expulsa al espacio. Hay una increíble actividad de llamaradas solares que se ha ido incrementando y que evidentemente nos afecta.

El sol está cambiando, y cuando el sol cambia, nosotros también.

La Tierra se está viendo afectada. También su campo electromagnético está cambiando.
Esto se ha comprobado. El pulso de la Tierra se va acelerando (resonancia Schumann), y su campo electromagnético se va modificando. (para más data ver).

Desde la época de este descubrimiento, en 1899 y hasta 1986, la frecuencia era de 7,8 Hz/segundo (ciclos por segundo), siempre constante. Pero en 1987 comenzó a cambiar y acelerarse, y mucha gente empezó a despertar, en número creciente, al igual que la frecuencia. En 1998 ya llegaba a los 10 Hz/segundo y las proyección es que para 2012 alcanzará los 13 Hz/seg.

Muchos calendarios de la antigüedad, incluido el Maya, apuntan a este período como el final de un ciclo y el comienzo de otro.
Al mismo tiempo que la frecuencia del pulso de la Tierra aumenta, su magnetismo decrece, al igual que ocurre con el Sol, al punto que se prevé un enlentecimiento cada vez mayor de la rotación terrestre, que culminará, probablemente, con una inversión de los polos magnéticos. Cabe aclarar que lo que genera este campo electromagnético es precisamente la rotación de la Tierra.
Hace unos 2000 años, el magnetismo terrestre, estaba en su pico y ha ido decayendo exponencialmente desde entonces. Este fenómeno se corresponde, como se puede comprobar, con ciclos de la humanidad. Esto ha pasado ya otras veces en el planeta, y siempre ha causado consecuencias serias y cambios importantes.

Estamos conectados a la Tierra.

La frecuencia resonante del planeta penetra en los seres humanos por el chakra del corazón y de ahí va al cerebro que conecta con el resto del cuerpo.
Es por esto que cada vez más gente se está despertando.

Los cambios que están ocurriendo son de origen cósmico.

Del centro de la galaxia al sol, de este a la Tierra y a todos los seres vivos. De hecho, estos cambios en la energía van modificando profundamente la vida en la Tierra.

Por eso, si cerramos nuestro corazón y solo seguimos la programación intelectual, de seguro cortaremos la conexión con el Cosmos y en lugar de evolucionar y beneficiarnos con los cambios, los padeceremos. No olvidemos que todo funciona retroalimentándose, recibimos y emitimos ondas todo el tiempo. Percibimos en función de lo que proyectamos y también generamos o proyectamos una realidad de la manera en la que percibimos.

Esta es una de las razones, de porque el sistema educativo forma individuos cortados de su entorno, aislados. Seres programados para percibir y proyectar una realidad limitada, generada en el cerebro izquierdo. Solo lógica, conceptos e individualidad y una visión material de la vida. Sin corazón, sin creatividad, sin libertad y sin el sentimiento de conexión que brinda el hemisferio cerebral derecho.

Si observamos a las instituciones de educación, de ciencia, de diferentes áreas de información, como los medios de comunicación, están constantemente bombeando información para el cerebro izquierdo y suprimiendo el derecho.

Llegamos al punto en que lo que llamamos educación funciona así: hay un bombardeo de información al cerebro izquierdo, generalmente pura basura, falsa y tendenciosa, y a los estudiantes se les exige que lo aprendan de memoria, que guarden esto en sus cerebros y en el momento del examen lo regurgiten sobre el papel. Si lo recuerdan y lo repiten a la perfección, entonces son premiados, aprueban y progresan, si no, se convierten en malos o mediocres, con menos posibilidades y muy poca autoestima.

Lo interesante es que si tomaran toda esa tonelada de datos y la pasaran al lado derecho, comenzarían a filtrar esta información y a hacerse preguntas, ¿Para que sirve toda esta mierda?, ¡No estoy de acuerdo con esto o con aquello! o ¡Para que pasamos tanto tiempo aprendiendo cosas sin sentido! Claro que si ponen esto en la hoja del examen seguro que serán reprobados, resultado: muchos jóvenes simplemente lo aceptan como parte de la vida, y luego de adultos aceptaran igualmente hacer lo que no les gusta y lo que se espera de ellos para no fracasar en la vida.

El sistema educativo está construido para producir prisioneros del cerebro izquierdo, que básicamente son esponjas de la versión oficial de la vida. Pasa lo mismo con científicos, con especialistas, etc. Todos encerrados en sus intelectos limitados.

Por otra parte vivimos un tiempo artificial, puesto arbitrariamente. En algún momento del siglo XVI se impuso el calendario Gregoriano, por órdenes del Vaticano para tener una regularidad en las fiestas religiosas (Pascua, etc.), pero en el que las horas, días y meses no siguen para nada el ritmo natural.

Desde sus orígenes el ser humano se guió por los ciclos lunares, es lo natural, 13 meses lunares. La Luna rige las mareas, las cosechas, la menstruación, el embarazo (no 9 meses sino 10 lunas). Los pueblos nativos conocen esto desde sus origenes y están mucho mejor sintonizados con la naturaleza y con sus ciclos.
Los horarios cambian sin ningún sentido natural. Las horas se adelantan o se atrasan periódicamente y esto afecta la fisiología y la conciencia de las personas.

Cuando el ser humano se ve cortado de su ritmo natural, empieza a perder conexión con la fuente y con el flujo de energía universal, obviamente de esta manera se siente perdido, se pierden las raíces y la conciencia queda fácilmente prisionera en un cuerpo aislado. En estos términos es muy fácil sentir miedo, preocupación y pérdida de identidad: ¿Quién soy? No sé, díganme!, ¿Qué debo hacer para ser feliz? Muy fácil, siga la fila y no piense, haga como los demás!.

El primer paso para liberar la conciencia es dejar de identificarse con el mensaje mediático del sistema y con la idea prefabricada que tenemos de nosotros mismos. Aceptar que tenemos el control de nuestras vidas y que somos responsables de ella en todos sus niveles, incluido el espiritual.
Luego comprender con todo nuestro ser que estamos conectados con todo. Que en esencia somos conciencia universal, infinita, ilimitada. Este es el tiempo de nuestra experiencia humana y debemos usarlo para aprender, para disfrutar y para participar de la evolución de la vida.
Nacer con forma humana es un regalo. Mejor no desperdiciarlo ni perder la preciosa energía vital corriendo detrás de ilusiones y deseos programados ni manteniendo malos hábitos.
Si abrimos el corazón y la mente, si rompemos los condicionamientos, podremos disfrutar del equilibrio de ambos hemisferios cerebrales y potenciar nuestras habilidades, expandir la conciencia, mejorar la salud, ganar en energía e información y además influir en el entorno y en los demás de manera positiva.

El lugar es aquí y ahora es el tiempo de la transformación.

martes, 7 de diciembre de 2010

El poder del inconsciente


Uno de los principios de la física cuántica es que no descubrimos la realidad sino que participamos en crearla.

Cuanto más ahondamos en los niveles más allá de los átomos, esta naturaleza participativa se hace evidente.

Quizás lo que pensamos que estamos descubriendo, lo estamos creando.

Esto significa que no hay una realidad objetiva fuera de nosotros.

El observador y la realidad forman parte de un todo continuo que se retroalimenta sin cesar.
En esencia todo se encuentra conectado. La realidad fundamental es unidad.
Pero hay diferentes niveles de manifestación de la realidad.

Por ejemplo, en un nivel de realidad, nos parece que nuestro cuerpo es concreto y ocupa un lugar en el espacio, en este nivel también existe el tiempo.

Pero en otro nivel, nuestros cuerpos físicos se diluyen en una nube de electrones, en esta realidad solo hay campos de energía e información, sin límites, más allá del espacio y del tiempo.

Hasta ahora se creía que el que piensa es el cerebro, pero en realidad, el cerebro se encarga de traducir e integrar la información y proyectar una respuesta, es decir, convierte la información sensorial en un lenguaje de frecuencias.

Pero si en los niveles fundamentales no tenemos límites y existimos conectados con todo lo demás, ¿Qué pasa con la mente? Si el cerebro y el cuerpo físico son proyecciones de la conciencia, o la parte más densa de un continuo de campos de energía cada vez más sutiles. ¿Dónde ubicamos a la mente?.

Algunas investigaciones revelan datos interesantes.
Los neurofisiólogos Libet y Feinstein, del Mount Sion Hospital en San Francisco (USA), midieron el tiempo que tarda un estímulo táctil en la piel en llegar al cerebro como señal eléctrica.

El paciente debía presionar un botón cuando se diera cuenta que lo tocaban. Descubrieron que el cerebro registraba el estímulo una diezmilésima de segundo luego de producido mientras que el paciente tocaba el botón una décima de segundo después del estímulo, o sea más tarde. Hay que agregar, por otro lado, que el paciente no dijera que era conciente del estímulo o que apretaba el botón durante casi medio segundo sin darse cuenta. Lo que significa que el inconciente del paciente era el que tomaba la decisión de responder.

El consciente fue el último en llegar, es decir, el más lento.

Obviamente ninguno de los sujetos de la prueba advirtieron que fue el inconsciente el que les hizo apretar el botón. De alguna manera el cerebro creaba el engaño reconfortante de que habían controlado la acción concientemente. Entonces, ¿Es la libre voluntad una ilusión?.

Estudios posteriores han demostrado que casi 1 segundo antes de que decidamos mover un músculo, el cerebro ya ha comenzado a generar las señales necesarias para que ocurra el movimiento.
Uno puede preguntarse, ¿Quién toma las decisiones, la mente consciente o el inconsciente?
Todavía hay más. Se observó que el campo de energía humano responde a los estímulos aun antes que el cerebro.

Esto nos lleva a replantear la función del cerebro y la verdadera naturaleza de la mente.
La mente no se sitúa solo en el cerebro, existe también en nuestros cuerpos más sutiles y no físicos.
Una célula es una unidad de conciencia.

Sabe que hacer, se da cuenta, responde.

En salud y felicidad vibra de una manera, en la enfermedad de otra.

Nuestra mente es un emergente de todas esas conciencias, que son una, en diferentes planos de realidad.
Los aspectos más fundamentales de nuestra vida se desarrollan sin la intervención de la conciencia o la voluntad, por ejemplo: la respiración, el metabolismo y la división celular, el latido del corazón, la temperatura del cuerpo, la resistencia a las enfermedades, la duración de nuestras vidas, etc. Sin embargo, con la mente ( y nuestros hábitos) podemos influir e incluso modificar estos aspectos.

Podemos pensar con cualquier parte del cuerpo, incluso fuera de este.

Todo depende del lugar donde se ubique el observador.

Si pensamos a partir del cuerpo físico y de la realidad material, los pensamientos vibraran en consecuencia y la realidad que se creará será siempre la misma: limitada y material.
Pero cuando trascendemos la mente conciente, el parloteo incesante y fuera de control, el pensamiento puede ir más lejos y más profundo, manifestando otros aspectos de nuestro ser, más creativos y más libres.
Nuestra mente es también la mente universal, somos creaciones de la conciencia,

el verdadero poder está en el inconciente y para acceder a él hay que cambiar la dirección de la mirada. En el silencio y la calma.
La práctica cotidiana de la meditación (ver zazen) nos permite conectarnos con este océano inconsciente de potencialidad y hacer que se manifieste en nuestra realidad cotidiana.

Inconsscientemente, naturalmente.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Una realidad poco sólida


El universo entero es una proyección de la conciencia.

Esta afirmación que a priori puede parecernos poco “científica”, es lo que justamente una buena parte de la ciencia actual está descubriendo.
El universo es un inmenso espacio de realidad virtual, un holograma compuesto por campos de realidad, o dicho de otra manera, formado por realidades diferentes.

Somos los creadores de nuestro universo.

Lo hemos creado como un instrumento que nos permite experimentar, creamos las leyes que lo gobiernan y cuando alcanzamos el límite de lo que conocemos, podemos realmente cambiar las leyes, de modo que también estamos creando la física a medida que avanzamos.

La ciencia nunca podrá ser la última palabra, ni podrá describir la verdad última, simplemente porqué es un instrumento de la conciencia para poder entender, en términos humanos, la realidad que se crea.

La verdadera naturaleza de la realidad está más allá de los conceptos y de cualquier fórmula matemática. Podemos acceder a ella cuando trascendemos los límites de la percepción ordinaria.

A veces el inconciente se manifiesta de manera que podemos tener destellos de la naturaleza de la realidad, con el fin de que podamos comprender que el mundo que creamos para nosotros mismos es, en última instancia, tan infinitamente creativo como la realidad de nuestros sueños.
Algunas leyes o “verdades” están más arraigadas que otras, algunas son muy antiguas, incluso anteriores al ser humano, de manera que acceder a ellas y sobretodo cambiarlas es más difícil.

Lo cierto es que estamos tan profundamente convencidos de que nuestros cuerpos son sólidos y objetivamente reales, que nos cuesta considerar que en realidad estén hechos de la misma materia que nuestros sueños.

Somos conciencia, observadores, percibimos y nos damos cuenta.

No tenemos solidez ni límites.

El mundo de los objetos y las cosas es una creación que nos permite hacer nuestro paso por la tierra más conveniente, es decir, son instrumentos creados por la conciencia para ayudarnos, de la misma forma que un vehículo nos permite viajar. El problema es que olvidamos que la realidad que percibimos es solo una descripción, una interpretación y quedamos atrapados, incluso de por vida, en esta ilusión, en esta descripción. La totalidad del ser queda reducida y encerrada en los límites de una percepción estrecha y arbitraria.

Nos identificamos con la herramienta o con el envase y olvidamos el sentido, el verdadero propósito.

Olvidamos las preguntas fundamentales.

Por eso para muchos es difícil despertar del sueño y asumir el rol de observadores y creadores de realidad y que el cuerpo físico es simplemente un instrumento, un vehículo del espíritu.

Muchos cientificos no pueden descubrir que es la conciencia ni donde se origina, por lo tanto la sacan de la fórmula y solo se quedan con la realidad física. Otros, con la mente un poco más abierta, piensan que la conciencia se origina en el cerebro. Hay científicos reputados, como Penrose y Hameroff, que consideran que la conciencia es una propiedad emergente de los microtúbulos en las neuronas, a nivel cuántico, en fin, esa es su teoría.
Pero para un buen número de investigadores modernos, al igual que las antiguas tradiciones espirituales y contrariamente a lo que se piensa convencionalmente, es la conciencia la que crea la materia, el espacio, el tiempo, el cerebro y todo lo que nos gusta interpretar como universo físico, incluidos nuestros cuerpos.

La solidez de nuestro mundo físico es un límite de la percepción.

La descripción que hacemos del mundo se basa únicamente en la información percibida por los sentidos que a su vez es interpretada según la programación -o condicionamiento- del cerebro.

El cerebro es especialista en crear una imagen coherente, independientemente de lo que perciba. Si hay un error lo corrige, si hay una agujero perceptual, lo rellena.

Los neurofisiólogos saben esto desde hace ya tiempo.

Hay muchas investigaciones al respecto, en monos y en humanos. Por ejemplo, según Karl Pribram, la información visual que recibe un mono a través del nervio óptico, no va directamente a la corteza visual, si no que interconecta previamente con otras zonas del cerebro.

Numerosos estudios han puesto de manifiesto que pasa lo mismo con la visión humana. El lóbulo temporal prepara y modifica la información visual que recibe el cerebro antes de que llegue a la corteza visual (en el lóbulo occipital). Según algunos estudios, el 50% de lo que vemos corresponde a información recibida del exterior y el 50% restante se va reconstruyendo de acuerdo al aspecto que creemos que debe tener el mundo. Así que, aunque los ojos sean los órganos de la visión, el que ve es el cerebro.
Y si no como se explican las ilusiones ópticas, los espejismos, incluso las alucinaciones visuales…
El ojo tiene un punto ciego, que es por donde penetra el nervio óptico, sin embargo ni nos enteramos, y eso es porque el cerebro rellena el hueco y nos engaña.

Entonces, si vemos menos de la mitad de lo que hay afuera, ¿Qué hay afuera que no vemos? La respuesta es: una enormidad.

Lo que podemos percibir del mundo exterior está limitado a la capacidad de los órganos de los sentidos, que como sabemos, solo captan una pequeña franja de la totalidad del rango de frecuencias.
Nuestros cerebros han aprendido a eliminar todo lo que no encaje con su programación.

Nos acostumbramos a ver el mundo por partes, armamos la realidad con retazos de percepción e información previamente programada en el cerebro.

El mundo que percibimos es solo una descripción.
Las leyes de la física son una descripción, la teoría del yin y yang es una descripción, las enfermedades son una descripción, la realidad material que creamos es una descripción. Son formas de poder entender y experimentar la vida.

Pero nada de lo que percibimos tiene sustancia sólida ni fija, ni siquiera nuestro cuerpo.
Estamos hechos de la misma sustancia que los sueños, aunque nos cueste aceptarlo.

Pero si por un momento dejamos de aferrarnos a este cuerpo físico podremos comprender que en esencia somos espíritu, conciencia infinita experimentando una realidad física pasajera.

Moldeamos al universo con nuestros pensamientos y a su vez el universo moldea nuestra mente.

Hay que reflexionar sobre esto.

Si comprendemos la naturaleza ilusoria de lo que creemos que es objetivo y “real”, podremos trascender con más facilidad los límites y contradicciones de nuestra vida y crear una realidad más amplia, más feliz y más sana.